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Una mirada amplia…una participación activa

El evangelizador

Lo que Jesús quiso establecer era una amistad, lo que supone una donación recíproca; su amor nos ha sido dado para que, a nuestra vez, amemos.

El apóstol es un enviado. Para ser apóstol se necesita estar unido a Cristo por la fe y la caridad. El apóstol debe saber lo que piensa Cristo. Vivir esa caridad en su trabajo, en su hogar, en el lugar donde lo colocó la Providencia. Entregarse sin reservas.

Actúa además en el Movimiento Familiar Cristiano y en el A.L.T., Apostolado del Lugar de Trabajo, del que será activo participante. Organiza una librería a la que llama “Casa del Libro”. Fue una iniciativa apostólica para difundir temas de espiritualidad, de la Doctrina Social de la Iglesia, y otras cuestiones éticas y culturales, facilitando el acceso a toda buena lectura. Integra como Tesorero el primer Consejo de Administración de la Pontificia Universidad Católica Argentina (U.C.A.). Prestó su apoyo material y espiritual, “consagrándole todo su cariño desde el primer momento” (palabras de Mons.Octavio N.Derisi). Participa en la fundación de Cáritas y del Serra Club.

Pensamientos  y testimonios que inspiran

“Deseaba mostrar que la religión no produce tristeza sino alegría y gozo y se propuso llevar a Dios a las almas. Se rompía por hacer apostolado como por ejemplo enseñó con entusiasmo el catecismo a los marineros en reuniones y los preparó para la primera comunión, a los que no la habían hecho. Cada vez que alguno de ellos bajaba a tierra para ir a misa, también le escribía lleno de alegría a su novia.

Hacer apostolado significa trabajar con la mente y con todas nuestras fuerzas por el prójimo; sacrificarse renunciando a todo, humillarse; en fin, rezar, “romperse”, afligirse y llorar por las almas para llevarlas a Cristo. Hacer apostolado quiere decir, sobre todo, vivir con Cristo, padecer, agonizar y morir en el mundo con Él y por Él. “Ponía empeño en que la gente se acercara a Dios: muchas veces me pedía que rezara para que el Espíritu Santo lo iluminara, ya que tenía que “hablar con un marxista” y quería tener las palabras adecuadas sobre Dios y la fe. Recuerdo que no connotaba desprecio, sino pena porque esa persona estaba en el error. Estas conversaciones personales debieron de ocurrir frecuentemente, con distintas personas. Recuerdo detalles de caridad con el prójimo: nunca despreciaba a nadie. Sus convicciones políticas -en parte con una raíz religiosa, a mi parecer- no llevaban a despreciar; más bien me parece que era una actitud de comprensión. Recuerdo que cuando murió mi abuelo materno, nos hizo notar que su cara tenía una expresión de paz y serenidad, y que esto se debía a que había fallecido con los Sacramentos.