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Esclavitud moderna. Entrevista

No es nuevo, aunque lo parezca, porque últimamente ocupe mayor espacio en los medios de comunicación, y diversas campañas nos recuerden su denigrante existencia. Si bien el término “trata” hoy se emplea con frecuencia, es probable que no todos estemos al tanto de su real significado y, más aún, de cómo podemos contribuir a erradicar este tipo de delito.

Para ayudarnos a discernir y brindarnos algunas pistas sobre el tema, conversamos con la Lic. Claudia Carbajal de Inzaurraga, vicepresidenta 1° de la Acción Católica Argentina (ACA), una asociación laical de la Iglesia que, junto con otras organizaciones civiles, participan activamente en la causa:

-¿A qué nos referimos cuando hablamos de la trata de personas?

CC/: La trata de personas es un graví­simo atentado a la dignidad humana y a sus derechos. Constituye una esclavitud moderna y un delito condenable, que puede tener el rostro de la esclavitud sexual, el trabajo esclavo, el uso de personas para la mendacidad, el tráfico de órganos, el tráfico de inmigrantes.

En esta tragedia actual, cabe mencionar que, en esta “cadena” de esclavitud, intervienen distintos actores que van desde quien ejerce el delito hasta la complicidad, el “consumo” la naturalización de un hecho tan ruin, la indiferencia.

La captación, el transporte, el traslado, la acogida o la recepción de personas, recurriendo a la amenaza o al uso de la fuerza u otras formas de coacción, al rapto, al fraude, al engaño, al abuso de poder o de una situación de vulnerabilidad o a la concesión o recepción de pagos o beneficios para obtener el consentimiento de una persona que tiene autoridad sobre otra, con fines de explotación. Esa explotación incluirá, como mí­nimo, la explotación de la prostitución ajena u otras formas de explotación sexual, los trabajos o servicios forzados, la esclavitud o las prácticas análogas a la esclavitud, la servidumbre o la extracción de órganos” (Protocolo de Palermo, ONU).

-¿Quiénes suelen ser las principales ví­ctimas?

Las principales ví­ctimas son mujeres, niñas, niños, inmigrantes, personas en condición de vulnerabilidad por la pobreza o por la falta de ví­nculos fuertes con sus familias o la comunidad de la que son parte. Quienes están comprometidos en esta tarea a diario nos cuentan que, en la captación de las ví­ctimas, aparecen ligadas personas del entorno, oportunistas en razón de alguna actividad que realizan en la sociedad, tratantes y personas vinculadas al poder o las fuerzas públicas.

-El papa Francisco ha denunciado, con reiterada firmeza, este fenómeno de la trata y la explotación, definiéndolo como “un crimen contra la humanidad”. ¿Cuál cree que es el papel que nos corresponde a los católicos ante este desafí­o?

Tenemos que tomar conciencia y ser protagonistas de una renovada lucha contra la esclavitud ¡en pleno siglo veintiuno! Los cristianos no podemos ser indiferentes ante este escandaloso flagelo, que crece entre nosotros. A diario vemos noticias sobre estas situaciones dolorosas; en los barrios y los pueblos se conocen los lugares donde se sospecha del desarrollo de estas acciones deplorables: prostí­bulos, whiskerí­as, departamentos vips, salones de belleza o masajes. También sabemos que se utilizan búsquedas laborales falsas para captar a las ví­ctimas. Tenemos que sensibilizar, denunciar, trabajar para crear estructuras de bien, asistir a las ví­ctimas brindándoles espacios de contención y de escucha, pero, sobre todo, de nuevas oportunidades de vida que rompan con su estado de vulneración. Debemos también prevenir y educar. Prevenir a los jóvenes y a sus familias para estar atentos a situaciones de posible captación y educar para una nueva cultura que no acepte naturalmente estas violaciones. Basta de hablar de clientes ante el consumo de prostitución, como un ejemplo de un paradigma común entre nosotros.

-¿Cuáles son las acciones, las actividades, las iniciativas, etc., que su institución está llevando adelante, y por qué? ¿Junto con qué otros organismos y actores sociales han emprendido esta tarea?

Hace ya unos años que venimos abordando esta dolorosa realidad, tanto desde nuestros grupos parroquiales como desde los organismos de conducción diocesana. ¡Pero falta mucho más! A nivel nacional, varios años atrás, desde el Consejo Nacional, asumimos este desafí­o a través de la participación en diversas instancias que se ocupan del tema, como la UMOFC (Unión Mundial de Organizaciones Femeninas Católicas), la Comisión Justicia y Paz; recientemente hemos firmado un convenio con Ví­nculos en Red para afianzar la búsqueda de estrategias de prevención; hemos incluido, en la agenda de nuestros encuentros regionales de Adultos y Sectores y de la Asamblea Nacional, la problemática; acompañamos en todo lo posible a los actores directos que están comprometidos en esta lucha. Participamos del Consejo Internacional que, con el acompañamiento de la Santa Sede, se desarrolló en Villa Marí­a el pasado año. También nos hemos reunido con la presidenta del Consejo Nacional de la Mujer y asisitimos al encuentro del Comité de Trata dependiente de la Jefatura de Gabinete, con el objetivo de cooperar y hacer oí­r nuestra voz en estos espacios tan importantes.

-Finalmente, y desde su experiencia, ¿qué podemos hacer como ciudadanos para ayudar a combatir este flagelo? ¿Adónde o a quiénes pueden recurrir los que deseen más información o tengan alguna denuncia?

Tomar conciencia e informarse, vencer los prejuicios, no discriminar a la ví­ctima, cambiar los paradigmas en torno a temas relacionados con la inmigración, el trabajo precario y la prostitución. Estar atentos, generar y participar en redes y organizaciones serias que trabajan en este tema. Involucrarse ofreciendo espacios de ayuda, contención, acompañamiento y reinserción de las ví­ctimas. Denunciando. Estando atentos cuando se emiten alertas de búsquedas de personas por canales sociales reconocidos, acompañando a nuestros jóvenes y niños a enfrentar las nuevas realidades. En definitiva, en no hacernos los distraí­dos y vivir, en la realidad de hoy, las obras de misericordia cristiana, en la que cada uno de nosotros seremos juzgados, cuando nos encontremos cara a cara con Jesús.

Fuente: San Pablo