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Niñez, adolescencia y pobreza en la zona metropolitana

En el marco de la jornada “No más chicos descartables, Construyendo esperanza”, organizada por la Comisión de Niñez y Adolescencia en Riesgo de la arquidiócesis de Buenos Aires, el padre Gustavo Carrara, vicario de Pastoral de Villas de la Arquidiócesis de Buenos Aires, brindó una reflexión y una mirada integral enriquecedora mirada sobre la problemática de las adicciones, la violencia y las armas en las barriadas de la zona metropolitana.

 

Mirada integral de la realidad. Territorios calientes. Propuestas positivas.

Pbro Gustavo Carrara – Vicario de Pastoral de Villas 

Párroco de la Pquia. María Madre del Pueblo – Villa 1-11-14

 

Buenos días a todos Uds., muchas gracias

La verdad es que estoy muy contento y asombrado por la cantidad de personas que se han anotado para participar de estas jornadas. Eso revela el cariño y el deseo de querer que nuestros chicos vivan mejor, por la dignidad que tienen y que merecen

Así como el Papa Francisco plantea las tres  `T´ -Tierra-Techo-Trabajo- como camino para que un pueblo pueda vivir bien, análogamente podríamos plantearnos las tres `C´ -Capilla-Colegio-Club- como espacios sanos y dichosos que ayuden a los adolescentes y jóvenes a no quedar expuestos a la droga, las armas y la violencia, en los llamados territorios calientes.

Pedagógicamente digo Capilla, Colegio y Club. Hay otras instituciones que también pueden hacer esto y de hecho lo hacen, pero bueno para que quede, de alguna manera, marcada la idea.

Antes de entrar propiamente en tema, hagamos memoria de lo de Francisco. Lo cual obviamente se relaciona profundamente con lo que se plantea en estas jornadas: “No más chicos descartables. Construyendo esperanza”.

El Papa diferencia claramente entre el pasarla bien y el vivir bien. El  que en la vida busca ‘pasarla bien’ se aprovecha de los demás, los que quieren ‘vivir bien’ construyen la cultura del encuentro y apuntan a lo esencial.

¿Cuáles son los pilares para vivir bien? Francisco los describe así:

  • Tierra: Es nuestra casa común. Por eso toda familia tiene derecho a un pedazo de tierra.
  • Techo: Familia y vivienda van de la mano. Pero, además, un techo, para que sea hogar, tiene una dimensión comunitaria, y es el barrio.
  • Trabajo: No existe peor pobreza, que la que no permite ganarse el pan y priva de la dignidad del trabajo.

Este vivir bien tiene como fruto la paz social. Y esto tiene sabor a Evangelio, recordemos la bienaventuranza: “Felices los que trabajan por la paz, porque serán llamados hijos de Dios” (Mt. 5, 10)

Vamos ahora, entonces, a esto de Colegio, Capilla y Club en un barrio

Lo importante, en un primer momento, es leer el territorio en el que esas instituciones están paradas o crear esas instituciones en estos territorios más vulnerables o vulnerados

El colegio, la capilla, y el club de barrio, tienen un territorio inmediato de referencia. No podemos quedarnos encerrados sede adentro. El desafío es saber leer ese territorio en el que viven cientos y hasta tal vez, miles de niños/as, adolescentes y jóvenes, expuestos a distintas formas de violencia, de explotación y de descarte. En las villas de la ciudad, el 43% de sus habitantes tienen menos de 17 años. Es necesaria la mirada de un mundo adulto que no quiere dejarlos en orfandad y busca los modos los más concretos posibles de hacerse cargo.

¿Qué puedo hacer yo? ¿Qué podemos hacer nosotros en una institución que está en un territorio llamado caliente? Tal vez lo primero sería  tomar conciencia de que es muy probable que  seamos, de algún modo, una última frontera. Tomemos por ejemplo la escuela, el colegio. Les leo una cita del Cardenal Bergoglio en una carta sobre niñez y adolescencia en riesgo, que ya tiene más de diez años pero que sigue muy vigente: “La escuela es el principal mecanismo de inclusión. Quienes se van de la escuela pierden toda esperanza ya que la escuela es el lugar donde los chicos pueden elaborar un proyecto de vida y empezar a formar su identidad.  En la actualidad, la deserción escolar no suele dar lugar al ingreso a un trabajo sino que lleva al joven al terreno de la exclusión social: la deserción escolar parece significar el reclutamiento, especialmente de los adolescentes, a un mundo en el que aumenta su vulnerabilidad en relación a la violencia urbana, al abuso y a la adicción a las drogas o al alcohol. Si bien la escuela puede no lograr evitar estos problemas, la misma parece constituir la última frontera en que el Estado, las familias y los adultos se hacen cargo de los jóvenes, en el que funcionan, a veces a duras penas, valores y normas vinculados a la humanidad y la ciudadanía y en el que el futuro todavía no ha muerto.” [1]

Una clave, entonces, es el deseo, la pasión de correr las fronteras, de salir a buscar, de decir quiero ir más allá de lo que a mí, estrictamente, me corresponde como institución, porque la realidad se presenta dramática y no le puedo contestar simplemente con lo que hago, tal vez bastante bien o más o menos bien.

Hay que por lo menos comenzar con el deseo de correr la frontera para que no quede nadie afuera… Hay que salir a proponer el colegio, la capilla y el club de barrio… Trabajar con el anhelo de correr  fronteras.

 

Capilla, Colegio y Club: un círculo virtuoso

Hay que visualizar, en primer lugar, que no son instituciones que compiten entre sí. Muchas veces pasa en los territorios que hay competencia entre aquellos que en el fondo tienen el deseo de hacer el bien a tantos niños y adolescentes y se pierde el tiempo y la exclusión crece y la orfandad crece.

Todo lo contrario, toda institución potencia el trabajo de las otras y se potencia con el trabajo de las demás. Se produce así un círculo virtuoso que ayuda a las familias en la crianza de los niños y adolescentes… En estos espacios es decisivo trabajar los liderazgos positivos. Los adolescentes y los jóvenes verdaderamente van madurando cuando se confía en ellos y se le van delegando responsabilidades de animación, de conducción. Proponiéndoles el camino de la solidaridad como un modo concreto de hacer historia.

La comunidad de la escuela, de la capilla, del club, se organiza para recibir la vida como la vida viene. Toda institución plantea una estructura, pero esa estructura tiene que estar en dialogo con la vida concreta, porque si la estructura que plantea la institución, colegio, club, capilla, no está dispuesta a transformarse porque la realidad de la vida que recibe le pide otra cosa, esa estructura termina siendo obsoleta y no sirve.

Ese es un principio también del Cardenal Bergoglio, del Papa Francisco: Recibir la vida como la vida viene y acompañarla cuerpo a cuerpo.

A veces anhelamos hacer grandes cosas, pero las grandes cosas que tenemos que hacer se realizan en el mano a mano, en el cuerpo a cuerpo. Cada chico, cada chica, al que le dedicamos tiempo, vale la pena y así se va transformando la realidad.

Como dice Francisco: “La realidad nos conmueve, nos mueve y buscamos al otro para movernos juntos.” Es imperioso ser creativos y tener arraigo a lo cercano, a lo concreto… Es así que las dimensiones de los problemas se toman metiéndose en medio, teniendo iniciativas, tomando decisiones, no se pueden resolver si no es andando. Nos paramos frente a la realidad que nos interpela y reclamamos, claro que reclamamos, pero invertimos el doble del esfuerzo en crear, en buscar caminos, porque las respuestas vienen más de abajo para arriba que de arriba para abajo.

Reclamemos, pero invirtamos el doble del esfuerzo en crear y en buscar caminos y en confiar en la potencialidad de nuestros barrios y en ayudar a que esos barrios salgan adelante.

Veamos ahora otra nota para capilla, colegio y club. Otra nota que puede ser para los tres, pero que puede servir a otras instituciones.

 

Capilla como familia grande…como familia ampliada. La Iglesia como familia grande

Muchas veces nos encontramos un chico, una chica, consumiendo paco en un pasillo, tirado en la calle. En primer lugar es un problema de consumo. Mirando un poco más en profundidad, vemos que hay un problema de exclusión social grave: tuberculosis, falta de escuela, estudios no terminados, nula capacitación laboral, viviendo en la calle

Pero mirando en mayor profundidad, y hay algo que el INDEC no mide,  pero es  mucho más doloroso tal vez, descubrimos una orfandad de vínculos, una orfandad de amor y un profundo deseo de tener hogar, de tener familia, de tener casa.

Entonces, nos planteamos la capilla o a las instituciones como familia extendida, donde los chicos que vamos acompañando puedan decir realmente: esta es mi familia, esta es mi casa, este es mi hogar. En esto nos tiene que urgir el tiempo y  tenemos que salir ya.

La respuesta tiene que ser dar calor de hogar, dar familia, sentir la capilla como familia grande que busca que nadie se pierda. Pedagogía del vínculo, eso es lo primero, sin ello no hay acompañamiento posible…

En esto es también muy linda y muy decidora, la imagen del Papa hablando de la Iglesia como un hospital de campaña: “Veo la Iglesia como un hospital de campaña tras una batalla. ¡Qué inútil es preguntarle a un herido si tiene altos el colesterol o el azúcar! Hay que curarle las heridas. Ya hablaremos luego del resto. Curar heridas, curar heridas… Y hay que comenzar por lo más elemental… ser misericordiosos, hacerse cargo de las personas, acompañándolas como el buen samaritano que lava, limpia y consuela a su prójimo. Esto es Evangelio puro”[2]

 

Un colegio que no pierde el patio…

Estamos en la casa de un gran santo que tenía muy claro todo lo que estamos hablando. Y si hay algo que Don Bosco les pedía a sus colaboradores es “no pierdan el patio”.

Aquí hablamos de pedagogía de la presencia… No perder el patio, es un tema salesiano. Buscar compartir con los adolescentes lo gratuito de un encuentro, el dedicar tiempo a escuchar.

Algo tan elemental como que un adolescente pueda y se sienta escuchado realmente. Eso baja notablemente los niveles de violencia que a veces vemos entre los adolescentes y jóvenes. Si los escucháramos más, si los escucháramos en serio, encontraríamos una llave para muchas cosas.

Y a veces hay que poner límites entre los adolescentes y jóvenes.  Por momentos, hay que poner límites, pero como decía el mismo Don Bosco, cuando pongas un límite no descargues bronca por otras cosas y cuando pongas un límite siempre anda pensando antes qué puerta le vas a abrir, qué propuesta positiva le vas a hacer a ese adolescente o a ese joven.

No perder el patio. No perder el tiempo. “Es a través de presencias humanas solidarias y atentas a su alrededor, que el adolescente en dificultades recibe la prueba, para sí mismo, de su valor y de su unidad. La conciencia de estar en el mundo ya es, entonces, conciencia de aceptación, de abrigo, de pertenencia, de integración, de comodidad. Vivir, ahora es estar junto.”[3]

 

Un club que busca dar pertenencia e identidad…

En nuestro reconocer los barrios, muchas veces nos encontramos con los pibes de la esquina. Esa esquina les da identidad, pertenencia. Pero muchas veces el mundo adulto que se acerca no les trae propuestas buenas. Entonces, es importante visualizar que es necesario generar “programas” para abordar a estas chicas y chicos que están muchas horas, todos los días de la semana allí. Pero esto nos hace pensar que es necesaria la creación de espacios sanos y dichosos que den pertenencia e identidad. En determinados contextos es importante visualizar que no alcanza solo con una propuesta para el fin de semana. Es necesario iniciar procesos de acompañamiento que se den a lo largo de la semana y que se sostengan en el tiempo. Es necesario de alguna manera institucionalizarlos, sobretodo en contextos donde el narcotráfico es una “institución” que todos los días y a toda hora pone el riesgo la vida de los  chicos y las chicas.

Nosotros también tenemos que, todos los días y a toda hora, ensayar nuestra propuesta positiva. Esta la experiencia de los clubes de barrio que se van generando en las villas, que se ven en los stands. Detrás de esos stands hay ya cientos y tal vez miles de chicos en actividades deportivas, educativas culturales,  de manera sistemática, siendo acompañados.

 

Conclusión:

En los territorios busquemos que la globalización de la esperanza sustituya la globalización de la orfandad y de la indiferencia, iniciando procesos de cambio. Tal vez no vamos a ver los frutos nosotros pero tenemos que iniciar esos procesos. Hay que sembrar y sembrar con esperanza. El amor fraterno se tiene que revelar frente a la injusticia social.

Me gustaría terminar con una frase de Francisco: “Necesitamos instaurar la cultura del encuentro, porque ni los conceptos, ni las ideas se aman, se aman las personas…”

 

[1] Card. Jorge Mario Bergoglio S. J. Carta pastoral sobre la niñez y adolescencia en riesgo. (1/10/05 )

[2] Antonio Spadaro SJ, Entrevista exclusiva del Director de la Civiltá Cattolica al Papa Francisco: “Busquemos ser una Iglesia que encuentra caminos nuevos” 19 de agosto de 2013.

[3] Gomez Da Costa, Pedagogía de la presencia, pag. 47-48.