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Editorial | Los pobres y la caridad en la vida cristiana

Por Claudia Carbajal

Vicepresidenta 1ª

Mientras producíamos el newsletter de junio, significativamente marcado por el tema de la pobreza y de las nuevas esclavitudes, como la trata de personas, el Papa Francisco ha publicado la Carta en ocasión de la Jornada Mundial de los Pobres, que celebraremos en noviembre.

Este es un mes tradicionalmente ligado a la caridad por la colecta anual de Cáritas y la celebración de la Solemnidad del Sagrado Corazón, sin dudas un momento más que oportuno para mirar nuestro camino como pueblo y valorar el modo en que vivimos el Evangelio de Jesús, nuestra forma de ser Iglesia que hace su opción pastoral concreta y real por los pobres.

El Santo Padre, desde su primer día como pontífice, puso en el centro de la escena a los pobres, no como un slogan sino como confirmación de su propia cercanía de pastor ya en nuestras tierras a los que menos poseen. Por eso no es difícil afirmar que la centralidad de los pobres en el mensaje del Papa Francisco atraviesa todo su ministerio.

Porque son los pobres, quienes nos hacen volver nuestra mirada a lo esencial del mensaje de Jesús, porque el ser cristiano es la opción por el seguimiento del Maestro que vino a “liberar a pobres y oprimidos” y a invitarnos a todos, a construir el Reino con criterios de bienaventuranza.

El Papa nos invita, así, a seguir su propuesta pastoral diciéndonos a cada uno: “Lo que quiero ofrecer va más bien en la línea de un discernimiento evangélico. Es la mirada del discípulo misionero” (EG 50), que ve en el corazón del mundo y en el rostro de los desposeídos la presencia de Jesús. Con ese “foco” nos propone una nueva jornada mundial: la de los pobres.

En ese discernimiento, cada uno de nosotros debe asumir ser Iglesia que vive «la fraternidad, la justicia y la compasión». Que no mira la realidad de los pobres desde la lejanía y la comodidad de un análisis sino desde la cercanía que compromete la vida.

Nos urge, entonces, asumir esta conversión que pueda colocarnos en el camino de un nuevo tiempo tras las huellas del Concilio Vaticano II, en medio de los pueblos, como presencia real del Cristo de los pobres con la convicción de que “mientras no se resuelvan radicalmente los problemas de los pobres, renunciando a la autonomía absoluta de los mercados y de la especulación financiera y atacando las causas estructurales de la inequidad, no se resolverán los problemas del mundo y en definitiva ningún problema, pues la inequidad es la raíz de los males sociales” (EG.202).

Que estas páginas nos ayuden a la reflexión.