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Un debate que hizo y hace repensar nuestra acción evangelizadora

Adrián Álvarez
Responsable de la Comisión Nacional de Sectores

 

La media sanción de proyecto de legalización del aborto por parte de la Cámara de Diputados de la Nación ha puesto de manifiesto un quiebre profundo de la sociedad respecto de uno de los valores fundantes de nuestra convivencia

La discusión por el aborto nos ha cruzado transversalmente en todos los ámbitos de nuestra vida cotidiana. ¿Quién de nosotros no conoce un familiar, un amigo, un compañero de trabajo o de facultad o de la escuela, aún en nuestros colegios y parroquias que nos ha sorprendido manifestándose a favor de la legalización?

Este cambio en la realidad no ha sucedido en forma espontánea, ni nuestros conocidos o amigos han cambiado su opinión de un día para otro y por consiguiente tampoco se puede reconstruir en dos días ni a través de una o dos acciones. Requiere tomar conciencia de una realidad social y cultural en la que algunos de los valores que reconocíamos como compartidos ya no lo son tanto.

Durante la discusión parlamentaria hemos escuchado algunas afirmaciones cuyas consecuencias, no sólo en este tema sino proyectadas sobre otros temas en discusión, pone de manifiesto que se han roto algunos supuestos o que por lo menos hay que volver a confirmarlos. Expresiones como “la ley no obliga a nadie” o la exacerbada defensa de la libertad de opción personal por el derecho de otro cuya existencia se intenta desvirtuar o minimizar, dejan de lado fundamentos propios de la vida en sociedad que sustentaron nuestra convivencia y que nos han traído hasta aquí, con nuestros aciertos y nuestros errores.

Por otra parte, hemos perdido espacio en los medios de comunicación social. Aquellos que comparten nuestros valores son muchas veces ridiculizados o cuestionados, cuando no silenciados, por no ser “progresistas” o políticamente correctos. Al respecto, cabe recordar lo expresado por el Papa :“No es progresista pretender resolver los problemas eliminando una vida humana”. (EG 214)

Las expresiones artísticas, lejos de proponer los valores del Evangelio de la Vida, muestra distintas situaciones cuestionables como habituales y positivas. Hemos abandonado estos espacios y algunos artistas que comparten nuestros valores han guardado silencio frente al avance de quienes apoyan el proyecto presentado.

Por otra parte, el resultado de la votación nos ha dolido y hemos respondido de distintas formas intentando procesar el golpe, poniendo de manifiesto, aún entre nosotros mismos,  algunos conceptos y fundamentos propios de la vida en democracia que no terminamos de asumir y encarnar.  Al sentirnos heridos, a veces reaccionamos utilizando métodos o promoviendo acciones que nada tienen que ver con como nosotros actuamos ni con lo que nosotros somos, olvidando que el fin no justifica los medios.

A 35 años del regreso a la vida en democracia, todavía a algunos de los nuestros les cuesta, en muchos casos, aceptar la reglas en la que se desarrolla, volviendo a escucharse expresiones que nada aportan al diálogo y a la cultura del encuentro que promovemos.

Hace casi 20 años, el Cardenal Bergoglio reflexionaba ante un encuentro nacional de laicos sobre la necesidad de cambiar de actitud frente a la conciencia de que ya no somos una mayoría sino una minoría y que debemos actuar como tal. Se requiere de nosotros una acción más propositiva y la generación de ideas superadoras y no la mera reacción ante la iniciativa que otros realizan desde su concepción o ideología con vistas a solucionar aquello que identifican como un problema.

En este contexto  resulta oportuno recordar  algunas consideraciones para los católicos que actúan en la política, que hiciera ya hace varios años la Sagrada Congregación para la Doctrina de la Fe. Al respecto señalaba: “Se puede verificar hoy un cierto relativismo cultural, que se hace evidente en la teorización y defensa del pluralismo ético, que determina la decadencia y disolución de la razón y los principios de la ley moral natural. Desafortunadamente, como consecuencia de esta tendencia, no es extraño hallar en declaraciones públicas afirmaciones según las cuales tal pluralismo ético es la condición de posibilidad de la democracia Ocurre así que, por una parte, los ciudadanos reivindican la más completa autonomía para sus propias preferencias morales, mientras que, por otra parte, los legisladores creen que respetan esa libertad formulando leyes que prescinden de los principios de la ética natural, limitándose a la condescendencia con ciertas orientaciones culturales o morales transitorias, como si todas las posibles concepciones de la vida tuvieran igual valor. Al mismo tiempo, invocando engañosamente la tolerancia, se pide a una buena parte de los ciudadanos – incluidos los católicos – que renuncien a contribuir a la vida social y política de sus propios Países, según la concepción de la persona y del bien común que consideran humanamente verdadera y justa, a través de los medios lícitos que el orden jurídico democrático pone a disposición de todos los miembros de la comunidad políticaSi el cristiano debe «reconocer la legítima pluralidad de opiniones temporales», también está llamado a disentir de una concepción del pluralismo en clave de relativismo moral, nociva para la misma vida democrática, pues ésta tiene necesidad de fundamentos verdaderos y sólidos, esto es, de principios éticos que, por su naturaleza y papel fundacional de la vida social, no son “negociables”…La frecuentemente referencia a la “laicidad”, que debería guiar el compromiso de los católicos, requiere una clarificación no solamente terminológica. La promoción en conciencia del bien común de la sociedad política no tiene nada qué ver con la “confesionalidad” o la intolerancia religiosa.”

La situación actual nos convoca a repensarnos y repensar nuestra acción evangelizadora, como Iglesia y particularmente como Acción Católica: ¿Cuáles es nuestro lugar de misión?, ¿Quiénes son nuestros destinatarios?, ¿Cuál debe ser el contenido de nuestro mensaje?, ¿Cómo vamos a trasmitirlo? A lo largo de estos años, en particular en este último trienio, hubo claras orientaciones que deben servirnos para el momento actual. El Papa Francisco nos decía en abril de 2017 a toda la Acción Católica: “Es necesario que la Acción Católica esté presente en el mundo político, empresarial, profesional, pero no para creerse los cristianos perfectos y formados sino para servir mejor. Es imprescindible que la Acción Católica esté en las cárceles, los hospitales, en la calle, las villas, las fábricas. Si no es así, va a ser una institución de exclusivos que no le dice nada a nadie, ni a la misma Iglesia. Quiero una Acción Católica en este pueblo, la parroquia, en la diócesis, en el país, barrio, en la familia, en el estudio y el trabajo, en lo rural, en los ámbitos propios de la vida. En estos nuevos areópagos es donde se toman decisiones y se construye la cultura…. Para poder seguir este camino es bueno recibir un baño de pueblo. Compartir la vida de la gente y aprender a descubrir por dónde van sus intereses y sus búsquedas, cuáles son sus anhelos y heridas más profundas; y qué es lo que necesitan de nosotros. Esto es fundamental para no caer en la esterilidad de dar respuestas a preguntas que nadie se hace. Los modos de evangelizar se pueden pensar desde un escritorio pero después de haber andado en medio del pueblo y no al revés. Una Acción Católica más popular, más encarnada les va a traer problemas, porque van a querer formar parte de la institución personas que aparentemente no están en condiciones: familias en la que los padres no están casados por la iglesia, hombres y mujeres con un pasado o presente difícil pero que luchan, jóvenes desorientados y heridos”.

De cara a nuestra próxima Asamblea Federal debemos preguntarnos entonces ¿Qué significa Una Acción Católica que es Misión con todos y para todos?

En primer lugar, necesitamos tomar distancia de la pretendida visibilización de este momento como un “Boca – River” o como algún medio gráafico de tirada nacional lo propone “pro derechos contra anti derechos”.  Necesitamos reconocer en “el otro” a un “nosotros” con el que compartimos un sin número de preocupaciones y proyectos y con quien, aún con diferencias en cuestiones sustanciales, tenemos que construir juntos un país en el que todos tengan la mismas oportunidades y no deban enfrentarse solos a decisiones extremas.

En este sentido, vuelve a mi memoria la reflexión que el Papa Francisco propone sobre el encuentro de Jesús con los discípulos de Emaús. Cuando huyen de Jerusalén agobiados “por las circunstancias que les tocó vivir”, el Señor resucitado los acompaña en el camino, aún cuando ellos van en la dirección contraria, alejándose de la comunidad de creyentes. No los acompaña porque se resigna a que no entendieron el mensaje y al menos, por que los estima, decide ciudarlos; sino que respetando su libertad (aún cuando estén equivocados en su decisión) no sólo no los abandona sino que les hace sentir su cercanía y mientras recorren juntos el camino les hace reflexionar sobre su propia experiencia de vida. Cuando ellos maduran su fe, recién logran reconocerlo. En ese momento, ya no hay nada que los detenga, ni la oscuridad que los había hecho detener su marcha.

El Señor nos llama a una nueva evangelización de la cultura, a volver nuevamente a las fuentes, a empezar de nuevo, a renovar nuestro esfuerzo por vivir cotidianamente nuestra fe ahí donde nos haya llamado a servir y ser signo de contradicción en un mundo que quiere “liberarse” de los más débiles y excluidos”. Que al ver nuestro compromiso con los otros y nuestra coherencia de vida, los demás reconozcan al Señor y vuelvan a la comunidad.