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Los adultos mayores y el Covid-19

Si bien han transcurrido varios meses del aislamiento social, preventivo y obligatorio impuesto a causa de la pandemia de coronavirus, aún desconocemos cuánto resta de esta etapa, por lo que la incertidumbre y la angustia comienzan a ganar terreno.
Ante este panorama, que muchos vivimos en nuestras familias, le pedimos a Ignacio Salgado, psicólogo, miembro de ACA y ex dirigente nacional, en el que nos brinda algunas pautas para ayudarnos a transitar de la mejor manera esta etapa, y, especialmente, para poder acompañar y abrazar la vida de nuestros adultos mayores.
Comisión Nacional de Adultos

Por Lic. Ignacio Salgado

Desde hace unos meses, el mundo se encuentra viviendo una situación de la que no hay antecedentes en los últimos 100 años. Una pandemia, causada por un virus llamado SARS-CoV-2, está recorriendo prácticamente todo el planeta, con cientos de miles de muertos. Al día de hoy, no se conoce una vacuna ni un tratamiento específico para esta enfermedad conocida como COVID-19.

En Argentina, como en la mayoría de los países, esto ha implicado cambios sustanciales en nuestro estilo de vida. Distancia social, cuarentena, barbijos, lavado de manos, limpieza de productos, suspensión de distintas actividades, de pronto han pasado a ser parte de nuestra vida cotidiana, y nos seguirán acompañando por tiempo indeterminado. “Quedate en casa” ha sido la frase más escuchada en los medios de comunicación.

Vamos aquí a hacer un análisis de algunos aspectos de esta pandemia, desde el punto de vista psicológico, en los adultos mayores.

¿Cómo impacta esta pandemia en el plano psicológico?

            Todo desafío o amenaza nos genera estrés. Esto nos prepara, física y mentalmente, para poder tener una reacción adecuada frente a la situación. En el caso de esta pandemia, el peligro proviene de un origen diferente a lo habitual. No se trata de defendernos de un predador, un delincuente, una persona con intención de dañarnos, un fenómeno de la naturaleza, un ataque de un pueblo enemigo, una guerra civil, etc. En este caso, la amenaza es: el otro. Cualquier persona. Hasta incluso los seres más queridos nos pueden enfermar.

            Somos esencialmente gregarios. Necesitamos del otro. Y sin embargo, en este momento, besarse, abrazarse, darse la mano, acercarse, reunirse, son acciones desaconsejables, o incluso sancionables. Para comunicarnos con nuestros seres queridos (salvo aquellos con quienes convivimos durante la cuarentena), lo hacemos a distancia.

            El otro pasa a ser un riesgo. Algo tan habitual como pasar cerca de alguien, frente a una góndola de un supermercado, genera una situación incómoda. Viajar en un transporte público es estar alerta de que nadie se acerque. Incluso, aquellas actividades que implican una vocación de servicio generan un estrés inusitado por parte de quien está asistiendo. Un enfermero, un médico, un odontólogo, un voluntario que colabora en un comedor infantil, cualquiera puede tener miedo. Miedo a contagiarse, y a la vez contagiar a su familia. Esto genera una ambivalencia: “Me acerco, te asisto, pero así corro peligro”.

            Habrá que ver, en el futuro, si este distanciamiento social para preservarse deja huellas en el modo en que nos vinculamos, o si sólo es algo pasajero y adaptativo frente a una circunstancia inesperada.

            Por otra parte, están las consecuencias que genera el aislamiento prolongado. Aquellos que hace dos meses están confinados en sus domicilios, con un mínimo de salidas para lo estrictamente necesario, se encuentran en una situación altamente estresante. Esto va para quienes viven solos, y encuentran por momentos difícil sobrellevar la soledad, como también para aquellos que conviven con otras personas, y tienen que pilotear las tensiones propias de una convivencia 24/7 (todos los días todo el día).

            Podemos ponernos en el lugar de distintas personas que viven circunstancias excepcionales, fruto del confinamiento. Padres con hijos en escuela primaria, que tienen clases online, requiriendo la supervisión de un adulto, mientras tienen que simultáneamente trabajar haciendo home office. Familias numerosas que viven en departamentos de dimensiones reducidas, con hijos inquietos. Adolescentes que están sin salir con sus amigos, forzados a quedarse con sus padres con los que discuten a menudo, y con sus hermanos con los que están “como perro y gato”. Otros que han visto esfumarse su fiesta de 15, o su viaje de egresados. Novios que, al no vivir juntos, pierden el contacto cercano entre ellos. Parejas que estaban iniciando una separación, y se encuentran obligados a seguir conviviendo a disgusto. La lista es infinita.

            Podemos también imaginar la angustia de aquellas personas que están atravesando dificultades económicas inéditas. Quienes trabajan por cuenta propia, y cuya actividad está paralizada. Quienes empezaron a cobrar su sueldo a cuentagotas. Quienes tienen empleados, y no saben cómo van a hacer para pagarles el sueldo. Quienes viven de la venta callejera. Los ejemplos abundan, y quien no está con problemas laborales, conoce de cerca a alguien que sí lo está.

            Por otra parte, la pandemia ha generado una situación de incertidumbre. “¿Hasta cuándo tendremos que estar en cuarentena?” “¿Cuándo volveremos a la ‘normalidad’?”, son preguntas para las que no hay respuesta. La mente humana necesita puntos de referencia; al no tenerlos, puede prevalecer un sentimiento de angustia.  

            En mi experiencia clínica, como psicólogo, observo que cerca del 90% de los pacientes se ha visto afectado de manera significativa por la situación derivada de la pandemia. Depresiones, crisis de ansiedad, alcoholismo, conflictos familiares, han ido en aumento en este último tiempo.

            En China se realizó un estudio, a nivel nacional, para evaluar el impacto de la pandemia sobre la salud mental de la población. Dicha investigación arrojó como resultado que el 35% ha presentado problemas psicológicos que comenzaron como consecuencia de la pandemia.

            Sabemos que el aumento del nivel de estrés, y el deterioro de la salud mental, afectan el sistema inmunológico, debilitando las defensas del cuerpo. Esto genera, respecto del COVID-19, un grupo de riesgo invisible: las personas con trastornos psicológicos que no están recibiendo tratamiento.

¿Qué pasa con los adultos mayores?

Los especialistas nos han hecho saber que los mayores de 65 años son considerados un grupo de riesgo, dado que en ellos es mayor el índice de mortalidad en caso de contagio.

            El adulto mayor se encuentra, por lo general, en una etapa productiva, con metas, y con tiempo para desarrollar actividades gratificantes. En este caso, vamos a analizar aquellas situaciones en las que aparecen algunas dificultades.

            Esta puede ser una etapa en la que es más probable que haya una mayor soledad. Es posible que haya:

  • Hijos que ya “volaron del nido”.
  • Personas que enviudaron, o que se separaron y no volvieron a formar pareja.
  • Al jubilarse, un menor contacto con sus compañeros de trabajo.
  • Una disminución en la participación en grupos sociales (clubes, parroquias, actividades deportivas o recreativas) por problemas de salud.

            Ante la indicación de permanecer en casa, sumado a que los familiares dejan de visitarlos (para no correr el riesgo de contagiarlos), pueden incrementarse los momentos en los que se siente solo. Esta situación, sostenida a lo largo de varias semanas, puede derivar en síntomas asociados a una depresión:

  • Trastornos del sueño.
  • Abulia, pérdida de energía.
  • Alteración del apetito.
  • Apatía, dificultad para disfrutar.
  • Irritabilidad.
  • Dificultad para concentrarse.
  • Desánimo, sentimiento de desesperanza.
  • Descuido de su higiene personal.
  • Sensación de inutilidad.

Al saberse en un grupo de riesgo, el adulto mayor puede encontrar dificultades para salir y resolver situaciones cotidianas, tales como hacer las compras, ir al cajero, pagar las cuentas o hacer trámites.

            La posible disminución de las actividades físicas impacta sobre el estado de ánimo. Numerosas investigaciones han establecido que con sólo salir a caminar, una persona mejora anímicamente.

            Otra cuestión a tener en cuenta en la actual situación de aislamiento en los adultos mayores es que, en caso de que esté tomando alguna medicación, el desánimo contribuya a que se desorganice con la toma y los horarios, con el riesgo que esto implica.

            El temor a concurrir a una clínica u hospital, por la posibilidad del contagio, puede hacer que saltee los controles médicos indicados, o que evite consultar ante un problema de salud.

            En algunos países, se ha encarado el tema de la soledad como una prioridad sanitaria, por las consecuencias físicas y psicológicas que genera.

¿Qué tener en cuenta, ante la cuarentena?

            Vamos a proponer algunos “tips” para hacer más llevadero este tiempo de confinamiento para los adultos mayores:

  • Procurar el mayor contacto social posible. Si está canchero con las redes sociales, aprovecharlas. Si no, usar el teléfono o celular.
  • Interesarse por cómo están sobrellevando otras personas la cuarentena. De este modo, cultiva la empatía.
  • Limitar la exposición a los programas de noticias. La suma de radio, televisión, diario y portales de noticias puede generar una sobreinformación angustiante.
  • Aprovechar para hacer cosas en casa. Puede ser un buen momento para ordenar las facturas, los papeles, la biblioteca, el ropero, el galpón, o las fotos en el celular.
  • Si se entusiasma con el trabajo manual en casa, puede ser un buen momento para reparar, barnizar, pintar.
  • Usar la creatividad para realizar alguna actividad física. Hay infinidad de videos en YouTube, con distintas propuestas.
  • Arreglarse, bañarse, vestirse, peinarse. ¿No va a salir, ni espera la llegada de gente? No importa. El desaliño y la falta de higiene contribuyen al desánimo.
  • Tener algunos horarios, por ejemplo, para comidas y actividades. Y que no sean idénticos todos los días de la semana.
  • Hacer las cuatro comidas diarias, y procurar una alimentación sana.
  • Dormir lo suficiente, y respetar el reloj biológico para el sueño.
  • Limitar el consumo de alcohol.
  • Enfocarse en aquello sobre lo cual tiene el control, y está en sus manos poder realizar.
  • La meditación, y los ejercicios de respiración, ayudan a estar en armonía y disminuir la ansiedad. Hay videos y apps que pueden ser útiles para quien no está acostumbrado a hacerlo.
  • Si es una persona de fe, puede encontrar en la oración un antídoto para cuando se siente solo, y alimento para el alma. Los templos pueden estar cerrados, pero Dios va a domicilio…
  • Y especialmente, tener presente, frente a la pandemia, que “esto también pasará”. Seguramente ya ha atravesado otras situaciones límites, y tiene experiencia al respecto. “Pude con aquellas; podré con ésta”, puede ser un pensamiento para tener a mano.

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