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Cuaresma: tiempo para renovarnos en el amor que se entrega

Padre Jorge Villafañez
Viceasesor general ACA

 

 

Evangelio de San Juan (12, 20-26)

“Entre los que habían subido para adorar durante la fiesta, había unos griegos que se acercaron a Felipe, el de Betsaida de Galilea, y le dijeron: «Señor, queremos ver a Jesús». Felipe fue a decírselo a Andrés, y ambos se lo dijeron a Jesús.

Él les respondió: «Ha llegado la hora en que el Hijo del hombre va a ser glorificado. Les aseguro que si el grano de trigo que cae en la tierra no muere, queda solo; pero si muere, da mucho fruto. El que tiene apego a su vida la perderá; y el que no está apegado a su vida en este mundo, la conservará para la Vida eterna.

El que quiera servirme, que me siga, y donde yo esté, estará también mi servidor. El que quiera servirme, será honrado por mi Padre».”

 

Para el que cree, para el discípulo misionero, la cuaresma es un tiempo de verdadero cambio y renovación.

Quien más quien menos experimentamos en la sociedad que las relaciones humanas se han hecho complicadas, conflictivas, falsas, creando profundas dificultades. Aspiramos a una mayor claridad y serenidad, a superar el odio, a creer en la fecundidad del perdón, en la alegría de la reconciliación, del encuentro… a reunimos fraternalmente desde el diálogo.

Necesitamos un reposo profundo que brote de un silencio vivificante.

Un tiempo para volver a respirar a pleno pulmón, tiempo para poner en orden tantas confusiones, para entablar relaciones auténticas, para restablecer diálogos rotos, para disfrutar del verdadero descanso…

Y a esto no se llega simplemente con la fuerza de la voluntad; tampoco es el fruto de una inteligencia emocional. Nace de esa decisión que nos pone a la escucha de Dios, de dejarse cambiar por Él, de abandonar nuestros caminos para caminar por los suyos, de entrar en la dinámica de una historia de salvación.

No debería extrañarnos que el Papa Francisco nos diga que: “Invito especialmente a los miembros de la Iglesia a emprender con celo el camino de la Cuaresma, sostenidos por la limosna, el ayuno y la oración. Si en muchos corazones a veces da la impresión de que la caridad se ha apagado, en el corazón de Dios no se apaga. Él siempre nos da una nueva oportunidad para que podamos empezar a amar de nuevo”.

Empecemos asumiendo la verdad de lo que soy; buscar al Señor no por fuera de nosotros mismos, porque Jesús vive en nosotros. Animarnos a participar íntimamente -con corazón de creyente- en el misterio de Cristo. Sólo así daremos fruto. Por eso Jesús nos recuerda que nadie vive verdaderamente -y esto significa dar fruto- si no acepta el misterio del grano que muere, y como siempre, es un misterio vivido por Él antes que nadie.

“Queremos ver a Jesús”, desde la Cuaresma hacia la Pascua, desde mi entrega como pequeño grano esperando el fruto maduro. También esto necesitamos.

No tenemos fuerza suficiente para ahondar en la tierra fecunda; pero tengamos muy presente que el terreno para morir es el del amor, que nos da ánimo y da sentido a la cruz de Cristo y a todas las cruces que se levantan junto a ella.