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Venga a nosotros tu Reino

Por Padre Jorge Alberto Villafañez
Viceasesor general de ACA

Evangelio: Jn 18, 33b-37

El proceso de Jesús ante Pilato es presentado por el autor del cuarto evangelio de una manera especial y detallada, del capítulo 18,28 al capítulo 19,16. Se distinguen siete escenas, marcadas por las palabras “entrar” y “salir”.

Una breve observación sobre las siete escenas nos ofrece el siguiente resultado: la primera y la séptima suceden fuera; la segunda y la sexta, dentro. En la tercera Pilato acepta la realeza de Jesús, y en la quinta Pilato lo declara hombre. La cuarta es la escena central. Se halla entre la aceptación de su realeza y de su humanidad: Jesús Rey, Jesús hombre. Pero la escena cumbre es la séptima, cuando Pilato, el delegado del imperio -cuyo poder viene de lo alto- de forma solemne y ante un público numeroso proclama a Jesús Rey.

Pilato pregunta a Jesús si es el rey de los judíos, no de Israel. Jesús quiere saber si así piensa Pilato o dice lo que otros le han dicho. Con esto, el evangelista nos va dando a entender que cuando Pilato le proclame rey, será cosa suya.

Es toda una novedad que Jesús se declare rey; no el rey, ni rey de Israel. Podríamos decir que la realeza es su condición. Su realeza de alguna manera se identificará con la verdad. Aquí mismo dirá que la realeza le impulsa a dar testimonio de la verdad. Por verdad -entiende Jesús- toda la realidad para la que él es enviado, para hacer a todos los hombres uno con él y con el Padre. La verdad consiste en que Dios se haga presente en la existencia de los hombres.

Ante Pilato, la realeza de Jesús está en función de poner a los hombres en tal situación -camino y verdad- que experimenten la vida. Y como bien sabemos, el evangelio de Juan, vincula la verdad al Paráclito… al Espíritu Santo enviado por el Hijo de junto al Padre… Así que: Jesús ha venido al mundo para introducir a los hombres en la vida trinitaria. En esto consiste su realeza, su señorío, su gran servicio.

Jesús nos muestra su realeza en el momento más dramático de su vida; algo que contrasta con nuestra pequeñez en vivir nuestros dramas: el miedo al vacío y a la soledad; sentir ansiedad, desesperación; enfrentarnos con la propia historia, con nuestra imagen de grandeza y nuestra insignificancia; al seguir esperando y muchas veces experimentar solo la nada y el sin sentido de todo, a perder esto que soy y tengo, al futuro… ¿Es posible para nosotros vivir la tensión entre el ya y el todavía no?

Como creyentes, rezamos lo que creemos y en este día rezamos en el prefacio de la misa que:

 

«Él, víctima inmaculada y pacifica,

se ofreció en el altar de la cruz,

realizando el misterio de la redención humana.

 

Así sometió a su poder a la creación entera,

para entregarte, Padre santo,

el reino eterno y universal,

reino de verdad y de vida,

reino de santidad y de gracia,

reino de justicia, de amor y de paz».

 

Al ser discípulos de tan gran Rey debemos comenzar por permitirle reinar sobre nuestras tensiones y debilidades… Devolverle nuestro corazón creado para Él… Hacer de nuestra cruz nuestro servicio… Para llevar a todos los que podamos a que vivan la misma experiencia de la Trinidad que se nos regaló, como misioneros en salida.

¡Alabado sea Jesucristo!