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Volver a la radicalidad del Evangelio

Por Mons. Eduardo García
Asesor general de ACA

Mateo 14, 24 – 33 24

La barca de Pedro se zarandea, las olas no dejan que navegue serena, y con rumbo cierto. Así lo presenta Marcos en el capítulo 14, La barca, que estaba ya muy lejos de la orilla, era sacudida por las olas, porque el viento era contrario.  Mateo con vivas imágenes quiere ayudar a los seguidores de Jesús a reafirmarse en su fe, sin dejarse hundir por las dificultades.

Los discípulos se encuentran solos, «muy lejos de la orilla», en medio de la inseguridad del mar; la barca está «sacudida por las olas», desbordada por fuerzas, «las aguas profundas», «la tempestad», «las tinieblas de la noche» son símbolo para sus lectores de inseguridad, angustia e incertidumbre. La situación de aquellas comunidades, después de un primer momento de fascinación y encanto, son amenazadas desde fuera por el rechazo, la duda y la hostilidad, y sienten la tentación interna del miedo y la desesperanza.

No es la primera vez que en la Iglesia nos sentimos con la experiencia de los discípulos en la barca y las respuestas han sido diversas en cada momento, pero han tenido un denominador común: volver a la radicalidad del Evangelio. Experimentar profundamente y hacer nuestro el grito de Pedro después de querer caminar sobre el agua queriendo ser igual al maestro: «Señor, sálvame». «Señor, sálvame». Lo invoca a Jesús como «SEÑOR», sólo Él es el que salva, sólo Él es el que todo lo puede, sólo Él es el Dios con nosotros.

En tiempos de dificultad podemos caer en la tentación de la elaborar propuestas técnicas de salida, escondernos hasta que todo pase con la mentirosa esperanza que todo va a volver a ser como esa antes, a endurecer nuestras actitudes para hacer frente al supuesto enemigo con actitud de combate. Lejos está todo esto del verdadero evangelio de la vida. La palabra nos sigue enseñando: Este grito de Pedro hecho carne en cada uno y brotando de lo más íntimo de nuestro corazón puede ser una forma humilde, pero muy real y auténtica de vivir nuestra fe. Jesús,

No es la iglesia en abstracto la que está siendo puesta a prueba, es la Iglesia y sus instituciones, la Iglesia con nombres y rostros concretos, la Iglesia con sus, instituciones, asociaciones prolijamente reglamentadas de la que nos hemos sentido orgullosos y sobre las cuales hemos descansado, depositado y estructurado la simpleza y fuerza vigorosa de la verdad a rajatabla que libera, del amor sin vueltas que hace nuevas todas las cosas y de la misericordia que levanta del pobre al desvalido y alza de la basura al pobre. En el buen intento de servir a Dios, muchas veces lo hemos instrumentalizado queriendo hacer pasar la desbordante fuerza del evangelio en nuestros pobres y precarios esquemas hechos a nuestra medida y a la medida de nuestras instituciones.

La Iglesia es santa y pecadora, la acción de Dios va más allá de sus ministros -Ex opere operato- que es una gracia para el pueblo de Dios en la que creo firmemente ha servido muchas veces para achicar el deseo de verdad y santidad. Y esto mismo se puede trasladar a nuestras instituciones: la cobertura sacra de la bendición y de la aprobación eclesiástica no se nos presenta como una exigencia de mayor fidelidad al Señor sino como un derecho adquirido.

¿Qué hacer? Gritar al Señor como Pedro: Sálvame. Escuchar al Señor que nos dice en este tiempo de cuaresma desde el profeta Joel: “Vuelvan a mí de todo corazón”. No es casual o simplemente un ritualismo repetitivo cada año sino la certeza de Dios que necesitamos hacernos cargo de nuestras flojeras y trampas internas en nuestro camino de fe personal y eclesial. Lo vivió el pueblo de Israel con su larga preceptualidad con la que se enfrentó Jesús, y no estamos exentos nosotros de transformarnos en fariseos y leguleyos del Evangelio, En este momento se hace imprescindible vivir con claridad y poner claridad en nuestros ámbitos entre fe y práctica religiosa. La primera puede llevar a la otra, pero no necesariamente la religión lleva a la fe, de hecho, a veces nuestros sistemas e instituciones religiosas han alejado de la fe. La fe es una gracia y no debe ser impuesta, sino propuesta, porque es la que nos da un modo de ser y no algunas cosas para cumplir. Nuestras instituciones “no son la fe” ayudan a vivir la fe de aquellos que se acercan para sean levadura en la sociedad.

¿Qué hacer? Convertirnos y limpiarnos de todo lastre que no huela a Evangelio y a fe auténtica. El Papa Francisco es claro: si la Iglesia no se pone toda al servicio de la evangelización no es Iglesia, es na ONG con buenas intenciones; si cada cristiano no busca la santidad desde las Bienaventuranzas y Mateo 25 se quedó a mitad de camino a merced de sus búsquedas humanas. La conversión pastoral no en una moda, es hundirnos en el querer salvador de Dios sobre su pueblo, es tomar en serio nuestra misión y nuestro quehacer dejándonos traspasar por lo que rezamos: “que se haga tu voluntad” y no la nuestra.

Pedro aprendió la enseñanza; pudo sostenerse en las dificultades y avanzar, no porque se aferró al mástil de la barca, ni a los remos, ni a sus compañeros, ni porque intentó nadar solo, sino porque se tomó fuertemente de la mano tendida de su Señor

Como Acción Católica tenemos el desafío grande de ser Iglesia en salida al servicio del pueblo santo de Dios, y estar en medio del mundo con el corazón apasionado por el Reino es nuestro camino de santidad y no otro.