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Alberto Marvelli

Alberto Marvelli demostró que más allá del tiempo y la situación concreta que le tocó vivir, altamente compleja y desafiante, “el laico cristiano sabe, puede y debe dedicarse sin reservas a la construcción del reino de Dios en la familia, el trabajo, la cultura, en la política, llevando el Evangelio al corazón de la sociedad”. Estas palabras pertenecen nada menos que a Juan Pablo II, quien en julio pasado promulgó el decreto de reconocimiento del milagro atribuido a la intercesión de Alberto, producido en 1991. Un médico boloñés, A.T., afectado por un grave problema definido como una hernia que le impedía trasladarse y le producía dolores lacerantes, había formulado el pedido,  en el templo de San Agustín, en Rimini, en donde en ese entonces descansaban sus restos. Los médicos no encontraban ya vías de solución a esa enfermedad.

¿De quien hablamos? Pues de un joven ingeniero, nacido el 21 de marzo de l918, en Ferrara, y fallecido como consecuencia de un accidente automovilístico a los 28 años, el 5 de octubre de 1946, en Rimini, Italia, ciudad en la que vivió la mayor parte de su breve vida. Perteneció desde los doce años a la Acción Católica hasta su repentina muerte, institución que marcó su espiritualidad, su anhelo evangelizador, la caridad que lo llevó a dar hasta lo que él mismo usaba, como sus propios zapatos, su donación a los pobres, a los heridos en medio de los bombardeos, a los refugiados, afectados por la segunda guerra mundial contra la que luchó denodadamente. Era un propulsor de la paz, antifascista que buscó la democracia y la tolerancia y defendió a la Acción Católica de los ataques de Mussolini.

Fue un muchacho de acción y contemplación, de un ardiente amor a la Eucaristía y de una actitud eficaz y vigilante, siempre atento a la respuesta que se requería. “El amor a la Eucaristía no puede separarse del amor al prójimo”, decía.  Hoy es considerado un modelo de laico que reza y trabaja, estudia y ayuda a los más necesitados, que busca la evangelización de la cultura, de los ambientes, que ama la democracia y asumió valientemente la política.

Fue una figura de gran relieve, un contemplativo en acción, -como lo hubiera podido definir el fallecido cardenal argentino Eduardo Pironio-, verdadero protagonista de la reconstrucción de su ciudad, Rimini, destruida por los bombardeos. Este dato es elocuente: el 1º de noviembre de 1943 los cazabombarderos ingleses iniciaron la escalada contra la ciudad que sufrió 396 incursiones aéreas y 15 bombardeos navales. La población escapó a la campaña o a la república de San Marino. Luego de cada ataque él era el que salía primero a socorrer a los heridos…

EN VIDA ADMIRARON SU SANTIDAD

Más aun, se dice de él que, proféticamente, muestra la vocación laical tal como luego la describirá después de su muerte, el Concilio Vaticano II.  No fue un joven más porque ya, en tan corta vida, se hablaba de su santidad. Asumió la guerra y luchó por la paz. Integró un equipo en defensa de los refugiados tedescos, ante la “línea gótica”, de defensa,  que había establecido Hitler, uniendo Pisa con Rimini. Y ahí, una vez más, arriesgó su vida logrando la liberación junto a 16 jóvenes, en una estación ferrocarril, en Santarcangelo,  cuando habían sido  apresados. Antes, durante su paso por el servicio militar no dejó de auxiliar a sus compañeros, de animar a los heridos, de presentarles el Evangelio y organizar grupos apostólicos de AC. Tampoco callaba las verdades: la guerra, decía, es fruto de “nuestro pobre amor a Dios y a los hombres”.

Pero esto no es todo: cuando llegó el momento de la paz tan esperada, fue elegido para trabajar en la reconstrucción de su pueblo,  como asesor a la junta municipal y luego de un tiempo, cuando solo tenía 26 años, fue invitado a incorporarse a la Democracia Cristiana de la que fue dirigente a nivel regional.
Aun los adversarios políticos, con los que buscó dialogar en un tiempo difícil, los comunistas,  rindieron su homenaje y reconocimiento a este joven formado en las ideas de Maritain, que procuraba aplicar las experiencias de Giorgio La Pira en Florencia, que seguía las directivas del Papa, y supo aceptar la responsabilidad política recordando lo de Pío XI, el pontífice de su adolescencia: “la acción política es el campo de la caridad más vasta, la caridad política”.

Qué extraordinario ejemplo para hoy pues, como jefe de la reconstrucción edilicia de Rímini, le tocó manejar muchísimo dinero que procuró distribuir con justicia y equidad entre los afectados, con un celo de transparencia que hoy, nos conmueve más aun cuando advertimos tantos casos de quienes se sirven en vez de servir. “Jesús es servidor, entrega”, repetía Alberto. Y él lo hacía permanentemente. “No hay que perder tiempo”, insistía, pero no dejaba de rezar, su alimento constante.

 BREVE Y EJEMPLAR ITINERARIO 

Es difícil seguir una simple línea de este muchacho, nacido casi a fines de la primera guerra,  hijo de Alfredo Marvelli y María, dos católicos ejemplares que se habían conocido en Ferrara y se casaron con ropas de calle, en el marco de la primera guerra, el 23 de enero del 16. A ese hermoso hogar llegarían cinco hermanos más. Su mamá participaba en las asociaciones apostólicas del tiempo como las Mujeres de Acción Católica que marcó la vida de Alberto.

De pequeño, nuestro protagonista participaba  del oratorio salesiano, su primer impacto espiritual. Luego, a los 12, ya viviendo en Rimini, ingresó a la Acción Católica y luego sería presidente del Círculo de María Auxiliadora, responsable regional de estudiantes secundarios, vicepresidente diocesano…   Su padre, que había sido empleado bancario en Rovigo, en el norte de Italia,  falleció cuando él tenía 15 años y su hermano menor sólo contaba dos meses de vida. Desde su adolescencia le tocó, además, asumir un rol de sostén especial de su propia familia.

Estudió en el liceo clásico y se graduó de ingeniero mecánico el 30 de junio de 1941 con notas sobresalientes. Y cuando volvió del servicio militar (en la 6º Brigada)  encontramos otra sorpresa.   Ingresó ese año, en Turín, a la FIAT, y ayudó en el diseño de un modelo de auto muy conocido por estas tierras, el llamado Topolino y aportó al trazado del auto pequeño y sucesor de ése, el FIAT 600. Pero como su madre  estaba sola en Rimini con los hermanos más pequeños,  decidió dejar su venturoso futuro para acompañar a los suyos.

El elogio a su figura como modelo de laico del tercer milenio no es gratuito. También, sobre el fin de su vida, fue presidente del Colegio de Graduados Católicos, entidad que reunía a los profesionales, y con los que se reunía en una misa mensual. A su término, médicos, abogados, arquitectos, etc. atendían las necesidades de los desposeídos. También organizaba almuerzos y charlas para los pobres pues decía que la cultura no era solo para los intelectuales sino para todo el pueblo, para todas las personas.

Hijo ejemplar, de oración profunda, escribió su diario  desde los 15 (de 57 páginas) en el que volcó muchas de sus valiosas experiencias, fundamentalmente su intimidad con Dios. Las últimas cuatro páginas las completó dos meses antes de morir. Su diario ha sido definido como “una meditación orante” porque el centro de su reflexión es siempre Dios.

En sus páginas figura  su especial admiración por el hoy beato Pier Giorgio Frassati, ex presidente de la Acción Católica de Italia, también del norte, Turín, en donde Alberto  trabajó. Frassati murió en 1925, de poliomielitis, muy joven también, y por entonces Alberto era un niño de siete años. “Mañana cumplo 18 años y me propongo ser más bueno, me esforzaré por imitar a Pier Giorgio”, escribe. Anhelaba contagiarse de su ejemplo. Seguir a Dios e imitar a los santos, solía comentar y disfrutaba de las biografías de la completa biblioteca de la Acción Católica, en donde también se había empapado de la vida de Domingo Savio.

Tenaz en la escuela, brillante en sus estudios, batallador y generoso en política, entregado al apostolado, en todos los ambientes en donde le tocó actuar, era un enamorado de la vida, de los hombres, de Dios. Solía exponer sobre la democracia y la libertad, era también un trabajador de la cultura pues promovía manifestaciones de ese tipo. Incluso él mismo integró un coro y ayudaba a representaciones teatrales. Organizó conferencias presentando la visión cristiana del hacer cultural y social, sobre la función social de la propiedad y  la misión de la escuela. También fundó una cooperativa de trabajadores de la construcción…  Las suyas parecen respuestas para hoy….  El genial cineasta Federico Fellini, quien lo conoció, dijo de él al diario “Eco de Bergamo”, en 1970: “su figura era dulce, bondadosa, ejemplar”….

Practicaba el deporte como un medio de diálogo especial con el Señor, ya el remo,  el atletismo, tenis, fútbol,  en especial el ciclismo, el ascenso a la montaña que le hablaba del Señor.   No le resultó fácil discernir que su vocación era el matrimonio y llegó a declarar en 1946, su amor a Marilena,  en una carta de la que no llegó a recibir la respuesta. Tenía un corazón puro, un amor profundísimo al Sagrado Corazón y a la Virgen. El rosario lo rezaba diariamente, ya en el viaje, en su infaltable bicicleta, el transporte de los tiempos que le tocaron vivir, en la que era capaz de andar unos cien kilómetros por día.

La muerte lo sorprendió el 5 de octubre, cuando se dirigía en su “bici”a una reunión política por la noche. A la mañana, en el primer sábado del mes, y como era habitual, había ido a la misa de los profesionales. A doscientos metros de su casa lo golpeó un camión militar. El impacto fue en la cabeza y no recuperó su conciencia. Su muerte dio lugar a innumerables manifestaciones de los muchos que lo conocían, amaban y admiraban. Su sepelio fue seguido por una caravana de autos que alcanzó los 3 kilómetros.

Sus restos fueron llevados en primer lugar a la bóveda de la familia Rastelli, en donde se puso esta inscripción “Angel Marvelli, operario de Dios, 1918-1946”. Luego fue trasladado a la iglesia de San Agustín, ubicada en zona céntrica, en 1974, en un aniversario de su desaparición física.  Sus restos

llenaron de asombro al jefe del cementerio, su hermano y un operario que fueron a levantarlos tiempo después.. “Estaban momificados”, declararon y debieron recurrir a un cajón de tamaño natural y reemplazar a la pequeña caja en donde pensaban colocar sus cenizas… Los pedidos de gracias llenaron desde un comienzo el álbum frente a su tumba. Uno de ellos fue reconocido, y abre las puertas a la beatificación.

“Es un don para la Iglesia, en especial para los jóvenes de hoy, que tienen la necesidad de un modelo de auténtica vida cristiana” dice el texto en que se reconocen sus virtudes heroicas del 22 de marzo de 1986. Se espera que para la primavera del  año venidero pueda ser beatificado, en cuya ocasión se organizará un encuentro mundial de Acción Católica, en Roma, según informó a “Nueva Lectura”, Beatriz Buzzetti, dirigente argentina, secretaria del Foro Mundial de la A.C.

“Es como si la Iglesia nos repitiera que todos los laicos cristianos podemos vivir como santos, asumiendo nuestra existencia en la familia, en la profesión, en la política”, en donde nos toque actuar, dijo Paula Bignardi, presidenta de la Acción Católica de Italia.