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Preparándonos para vivir la Pascua

Reflexiones a partir de las meditaciones del Cardenal Eduardo Pironio

En este tiempo, en que nos estamos preparando para vivir la Semana Santa, queremos ayudarnos con las meditaciones de nuestro querido Cardenal Eduardo F. Pironio.

Por eso les estamos compartiendo un extracto de sus “Meditaciones para Semana Santa”.

Durante tres días nos propone reflexionar sobre los tres signos que en la noche pascual se usarán en especial: la luz, el agua y el pan.

La luz

Quisiera que esta noche pensáramos juntos acerca del significado de la luz. Lo primero que sucederá en la noche de la vigilia pascual será la bendición del fuego que purifica, que limpia, que da calor, que aclara todas las cosas; bendición de la luz nueva que es Cristo resucitado. Un día, por el bautismo, fuimos iluminados en Cristo Jesús para comunicar esta claridad a los hermanos. (…)

Los frutos de la luz son verdad, justicia y amor. ¿Somos hijos de la luz? El mundo que camina entre tinieblas ¿reconoce en nosotros el rostro de Cristo que es luz?

Al prepararnos para la Pascua nos planteamos esta primera pregunta bien sincera y fraternal, bien fuerte y comprometida: ¿tenemos conciencia realmente de ser luz? Porque la luz comunica seguridad, la luz contagia alegría, la luz anuncia esperanza. ¿Somos así? ¿No habrá algo que cambiar en nosotros?

La luz es seguridad. De día caminamos más tranquilos, más serenos, más seguros; todo se hace más claro. De noche, cuando tenemos miedo -e incluso ustedes lo habrán hecho muy frecuentemente- prendemos una luz. Es que la luz nos da seguridad. Nosotros, cristianos, ¿damos seguridad a los hombres que esperan? ¿O vivimos en la inseguridad y en el miedo, en la tortura y en la búsqueda angustiosa? El signo de que Jesús, que es la luz, ha ganado nuestros corazones, es la seguridad: seguridad de que Cristo resucitó y de que Cristo sigue viviendo entre nosotros. Y entonces no tenemos por qué tener miedo.

La luz es signo de alegría. Cuando hay luz nos sentimos más felices y explotamos en euforia de cánticos. ¿No es cierto que la luz es alegría y que la oscuridad es inseguridad y tristeza? El mundo de hoy, ¿no es cierto que se muere de tristeza? ¿no es cierto que está como apenado, sufriente y dolorido? ¿Por qué los cristianos no somos testigos de la alegría? ¿Por qué?

En la noche de la sagrada Pascua, en la noche de la vigilia pascual, volveremos a casa cantando: “aleluia, Cristo resucitó”. Pero ¿lo percibirán palpablemente nuestros hermanos? ¿Lo percibirán nuestros familiares? ¿Y los vecinos? ¿Y la gente del barrio? ¿Percibirán realmente que Cristo resucitó? ¿Seremos capaces, en la noche de la vigilia pascual, de contagiar a los hombres la alegría de un encuentro? En la noche de la vigilia pascual nos encontraremos con Jesús, que ha vuelto a la vida rompiendo las cadenas de la muerte. ¿Creerán los que nos rodean, a través de nuestro testimonio, que Jesús resucitó?

La luz es alegría, pero si nos contemplan siempre tristes y aplastados, si nos ven cansados y aburridos, ¿qué van a descubrir los hombres en nosotros? ¿La seguridad y el gozo de la luz de la Pascua? ¿Cómo se la gritaremos al mundo, que ya no entiende las palabras técnicas de los cristianos y que lo único que comprende es el testimonio sencillo y transparente del Cristo que vive en los cristianos? ¿Qué pueden escuchar de nosotros, si no les transmitimos el gozo de que realmente Cristo resucitó?

Y finalmente, la esperanza. La luz es signo de esperanza, es signo de fecundidad y de vida. Pero ¿pueden los hombres, a través de nuestro testimonio personal, descubrir en nosotros la luz nueva de una esperanza que nunca desaparece ni se quiebra? O, por el contrario, estamos transmitiendo a nuestros hermanos una sensación de desaliento, de pesimismo, de cansancio.

La luz es signo de seguridad, de alegría y de esperanza. Ojalá, al volver a casa la noche de la vigilia pascual, contagiemos a los hombres la firmeza que nos da el encuentro con la luz, la alegría de haber descubierto a Jesús el Salvador, la esperanza inquebrantable de habernos dejado tocar y nombrar por Jesucristo, el Resucitado. (…)

Celebrar la luz en la noche de Pascua es renovar otra vez nuestra fe, como respuesta al Señor que nos llama y que nos exígela totalidad de nuestra entrega. Es formar una auténtica comunidad de hombres que sepan descubrir que el Señor va haciendo su camino de salvación a través de los acontecimientos de la historia. La fe es confianza inquebrantable en Dios, para quien nada es imposible. Cuando en la noche de la vigilia pascual encendamos nuestra propia vela en el cirio pascual, pensemos que es nuestra fe la que comienza a ser más luminosa y fuerte, más madura y comprometida.

Pero, además, la luz de la vigilia pascual nos compromete a ser la Iglesia de la fe recibida, rumiada y anunciada: la Iglesia de la profecía. ¿Cuántas veces los cristianos pensamos que somos profetas, que debemos anunciar a los demás la fe, revelarles el misterio de Jesús en su muerte y en su resurrección? ¿Cuántas veces, sobre todo en los momentos que vivimos, hemos pensado que los cristianos debemos empeñar nuestras fuerzas en una tarea de evangelización, de madurez de la fe, de compromiso de la fe? ¿Somos los cristianos, realmente profetas? ¿Anunciamos a Jesús en la sencillez de nuestra palabra, en la transparencia de nuestro testimonio? ¿Pensamos que la profecía es exclusivamente denunciar las injusticias y llamar a la conversión a los principales responsables? ¿O creemos que la profecía es también dejarse invadir plenamente por la espera de la Pascua y gritar a los hombres: hermanos, es cierto, Cristo resucitó, yo lo vi, puedo contagiarles la alegría del encuentro, la paz que El mismo me ha comunicado, la esperanza que he encontrado en su venida?

Queridos hermanos tenemos que ser profetas. La luz de la vigilia pascual iluminará nuestra fe, robustecerá nuestra esperanza y nos lanzará a anunciar a los hombres que de veras Cristo resucitó, que no deben tener miedo, que tienen que vivir más la luminosa serenidad de la esperanza cristiana. Iglesia de la luz es Iglesia de la fe celebrada y comprometida. Iglesia de la fe recibida, rumiada en el silencio y anunciada en la profecía.

Finalmente, la Iglesia de la luz es la Iglesia de la fe comunicada en el testimonio de una esperanza segura, esperanza fraterna, esperanza creadora. En la noche de la vigilia pascual se realiza un gesto muy simple, que no sé si lo  han percibido otros años. Cuando avancemos por la iglesia oscura, en tinieblas, encenderemos en el cirio pascual nuestra propia luz y después nos iremos contagiando esa luz unos a otros. Nos iremos comunicando  mutuamente la luz de la esperanza. Y ése es el testimonio cristiano.

Me pregunto si realmente los cristianos de hoy somos sencillos, luminosos y ardientes testigos de la resurrección de Jesús. ¿Estamos de veras, a través de nuestras palabras y de nuestros gestos, gritando a los hombres sencillamente esto: ¡sí, es verdad! Cristo resucitó. Yo lo he visto y me ha dicho tales cosas? (…)

Queridos hermanos, lo que haremos en la noche de la vigilia pascual, al encender nuestra luz en Cristo resucitado y transmitirla después a quién está a nuestro lado, será un símbolo de lo que en realidad tiene que producirse en nosotros. Nos encenderemos en Cristo, nos comunicaremos la fe, nos contagiaremos la esperanza, nos fundiremos en el amor. (…)

Que durante estos días, la luz de la Pascua anticipada en las tinieblas de lo cotidiano, vaya penetrando nuestra vida, vaya adentrándose en nuestro interior, vaya transformando nuestra persona y nos haga sencillos, ardientes y luminosos testigos de la Pascua.

Que la Virgen de la Pascua, Nuestra Señora, Ella que recibió en su interior la luz que la hizo feliz; Ella que la guardó y la comunicó a los hombres para que fueran salvados, nos meta en su corazón durante estos días, y nos haga vivir la vigilia más feliz, la más luminosa, la más fecunda de toda nuestra vida.

Que así sea.

El agua

Quisiera que esta noche pensáramos un poco en el agua. En el agua que nos limpia, nos purifica, nos hace nuevos, nos convierte. En el agua fecunda que nos hace hijos. En el agua sencilla que nos hace hermanos.

En la noche de la vigilia pascual, cada uno de nosotros celebrará su bautismo. Si les preguntara qué día fueron bautizados, no sé cuántos podrían responderme. Si les preguntara, en cambio qué día nacieron, me lo dirían muy sencillamente, porque todos los años lo festejan. Pero el día del verdadero nacimiento, aquél en el que nacimos en Cristo para una vida nueva, tal vez lo hayamos olvidado. En la noche de la vigilia pascual celebraremos litúrgicamente la fecha de nuestro nacimiento. Por eso esa noche comprometeremos otra vez nuestra entrega total, definitiva, al Señor. (…)

Quisiera que esta noche, ahondando un poco las exigencias de nuestro bautismo, que renovaremos en la noche de la vigilia pascual y que es como el comienzo, el punto de partida de nuestro compromiso cristiano, pensáramos sencillamente en estas tres cosas: en el agua bautismal que nos limpia y nos purifica llamándonos a la conversión; en el agua fecunda que nos engendra por el Espíritu Santo como hijos de Dios y nos hace sentirlo muy cerca y muy adentro. Finalmente, en el agua sencilla, común, cotidiana y fraterna, que a todos nos une como hermanos, haciéndonos miembros de un mismo pueblo, de una comunidad de creyentes.

Son los tres aspectos del bautismo, los tres aspectos de nuestro compromiso bautismal que quisiera subrayar esta noche, para que todos los asumiéramos. En primer lugar, el agua que nos limpia y nos purifica en la conversión. (…)

Durante todo el tiempo de cuaresma, hemos estado repitiendo esta expresión de la Sagrada Escritura: “Busco tu rostro, Señor…”. El cristiano, a través de los acontecimientos humanamente absurdos y dolorosos; a través de los hombres con los cuales convive; a través de su propia fragilidad; a través del dolor y de la esperanza, del sufrimiento y de la alegría, vive buscando el rostro del Señor hasta que lo encuentra definitivamente en la luz del Padre. La conversión es una búsqueda del Señor. ¿Lo he encontrado en mi vida? ¿Cómo lo he buscado? ¿Cómo lo encuentro? ¿Busco al Señor exclusivamente cuando vengo al templo y grito: “Señor, Señor”? ¿O trato de descubrirlo en este hombre, en esta mujer, con los cuales me encuentro durante la jornada, que quizás necesitan de mi palabra, de mi presencia, de mi comprensión? ¿He tratado de descubrir al Señor en los acontecimientos de la vida que a veces me golpean mucho? ¿He tratado de descubrir que allí está el Señor? ¿Creo verdaderamente que no cae un solo cabello de mi cabeza sin el permiso del Padre que está en los cielos? ¿Tengo capacidad, a la luz de mi fe, para descubrir que el Señor va pasando hoy en la historia y que me grita: “necesito de ti”? ¿Tengo capacidad para eso?

La conversión es conciencia de mi pecado y búsqueda del Señor. El bautismo, por el cual hemos nacido, por el agua y el Espíritu Santo, nos da conciencia de pecado y, por consiguiente, de que algo tiene que cambiar en nosotros. Y es, simultáneamente, búsqueda serena e infatigable del Señor. (…)

En segundo lugar, el bautismo nos comunica el agua que nos hace hijos. Por él clamamos a Dios: “¡Padre!”. Es el agua regeneradora y fecunda. (…) Nos sentiremos felices porque somos creados en Cristo Jesús, para las obras buenas; nos sentiremos felices porque somos hijos; porque ha nacido en nosotros el hombre nuevo. (…)

¿Y cómo es ese hombre nuevo? Yo quisiera decirles nada más que dos cosas, a propósito de este hombre nuevo. Dos cosas muy simples, pero que tenemos que comprometernos todos a realizarlas. En primer lugar, este hombre nuevo es un hombre libre, un hombre fraterno, un hombre señor de las cosas. Un hombre que no se siente oprimido, esclavizado por las cosas. Un hombre liberado por Cristo que vive la alegría sencilla de los hijos de Dios. (…)

Les decía que lo nuevo que nos trae la Pascua y el agua del bautismo, es además el mandato de presentar al mundo el rostro nuevo de Jesús. (…)

¿Qué es lo nuevo que nos trae Cristo? Lo nuevo de Cristo es lo de adentro. Lo nuevo de Cristo es el estilo distinto con que se tienen que hacer las cosas. Cristo no viene a romper la ley. Cristo viene a decirnos que lo que vale en la ley es lo de adentro. Cristo nos viene a decir, en otras palabras, que lo que cuenta no es cumplir estrictamente la norma: hoy tengo que escuchar misa, hoy tengo que practicar tal precepto. Lo que cuenta es vivir en actitud sencilla, generosa y alegre frente a mis hermanos que esperan. Lo que cuenta es el espíritu. Cristo no viene a destruir, viene a llevar las cosas a su plenitud, a mirar las cosas desde adentro. Lo nuevo que nos trae Cristo es lo interior. Lo nuevo que nos trae Cristo es la plenitud. (…)

Queridos hermanos: porque nacimos en el bautismo como hijos de Dios por el agua y por el Espíritu, podemos llamar a Dios, Padre, estar seguros de su amor. (…)

Vamos a hablar ahora del agua sencilla, común, cotidiana, que nos hace hermanos. Recordemos uno de los pasajes más lindos y más fecundos del Evangelio. Quisiera que al término de esta brevísima reflexión brotara en nosotros el mismo grito que profirió aquella mujer al encontrarse con Jesús: “Señor, dame siempre de esta agua para que no vuelva a tener sed y no necesite volver cotidianamente al pozo”. O sea, que nos encontremos de veras esta noche con Jesús, que experimentemos la necesidad de esta agua que salta hasta la vida eterna, para que no andemos dando vueltas en fuentes superficiales que no logran saciar nuestra alma. Esta agua que salta hasta la vida eterna nos ha sido dada el día de nuestro bautismo. Es el agua sencilla y fraterna, el agua muy honda que nos hace gritar a Dios, Padre. (…)

Me impresiona mucho el encuentro de la samaritana con Jesús. La sencilla frase del Señor pidiendo a la samaritana: “dame de beber”. Y ella lo desprecia un poco. “¿Cómo me pides de beber a mí, si no nos entendemos?”. Y Jesús le responde: “Si tú conocieras el don de Dios y quién te pide de beber…”. Encuentro en esas palabras de Jesús un gesto muy fraterno, muy hondo que se repite en la historia de hoy. El mundo, sediento y fatigado, pide de beber a los cristianos, a los que tenemos el pozo de Jacob, a los que poseemos el privilegio de tener el agua en las manos. Nos pide de beber y nosotros, tal vez, nos mantenemos en una situación de indiferencia, de insensibilidad o de superioridad. ¿Quién eres tú para pedirme de beber? Y ese mundo que me pide de beber es como una revelación del Cristo que me está gritando: “si tú supieras el don de Dios y quién es el que te pide de beber…” ¿No les parece que los cristianos necesitamos un examen de conciencia muy sincero, para despojarnos de ciertas categorías que nos hacen aparecer como sintiéndonos muy superiores a los demás? Examen de conciencia que nos lleve a una interioridad muy sencilla, capaz de descubrir en cada hermano a Cristo que me grita: “mujer, hombre, dame de beber”. (…)

El mundo de hoy nos está pidiendo eso.

Que la Virgen de la Pascua nos prepare a ser verdaderamente luz en el Señor, hijos nacidos por el agua fecunda como el seno materno de Nuestra Señora, hermanos serviciales los unos de los otros.

Que así sea.

El pan

Esta noche, queridos hermanos, haremos una simple reflexión, como las que hemos venido haciendo, sin ánimo de enseñanza, en un clima de oración sencilla y fraterna. El tema será precisamente el pan: el pan como signo de unidad, como fecundidad en la vida, como alimento y fermento, como eficacia para cambiar el mundo.

El pan como signo de unidad: ¿No es cierto que el pan nos une? El pan es el signo de una comida: pan sencillo y fraterno de nuestra mesa. Podrá ser ésta más o menos pobre, más o menos rica, más o menos abundante, mejor o peor preparada, pero la mesa nos congrega a todos. (…)

El pan que Jesús nos dejó para la vida del mundo, el pan de su propio cuerpo, de su propia sangre, el pan de la Eucaristía, también tiene que unirnos. Es el pan de la comunidad cristiana. San Pablo siente una profunda tristeza porque los cristianos de Corinto, a los cuales predicó el Evangelio y enseñó tantas veces que tenían que estar unidos, viven sin embargo en continuas disensiones y luchas. Es una comunidad que está muy desgarrada, muy tensa, muy dividida en partidos (…) “¿Y así celebran la Cena del Señor, que es la cena de la familia, el pan que nos une, partidos, quebrados, divididos? Eso no es la Cena del Señor”.

Se me ocurren algunas preguntas: ¿celebramos de veras nosotros, cristianos, la Cena del Señor, con un espíritu auténticamente fraterno? Si viniera el Señor ¿conocería que somos sus discípulos porque nos amamos? ¿Hay en nosotros un corazón muy sensible, muy abierto a las necesidades de nuestros hermanos? ¿No estará sucediendo tal vez, que nos gusta mucho reunirnos para celebrar la Cena del Señor, proclamar la Palabra, realizar la Eucaristía, festejar su Pascua, y entre tanto nuestro corazón está cerrado al dolor y a la pobreza, a la tristeza y a la angustia de nuestros hermanos? (…)

En el Jueves Santo, fecha de la institución de la Eucaristía, de la institución del misterio del amor que es el sacerdocio; fecha en que recogemos otra vez el mandamiento del Señor: “ámense los uno a los otros como yo los he amado”. ¿No será ocasión esta noche para que yo quite de mi corazón algo que está impidiendo la comunicación del amor? ¿Me entrego plenamente a mis hermanos? ¿Y quién es mi hermano? ¿Es simplemente éste que convive conmigo? ¿Este con quién yo me entiendo? ¿O es también este otro a quién he ayudado y que sin embargo, me ha golpeado, me ha maldecido? ¿No es acaso mi hermano? (…) ¿No habrá algo que yo pueda cambiar? ¿No habrá algo que hacer morir en mí: ese egoísmo, ese amor propio, esa soberbia?… ¿Por qué no me abro a mis hermanos? (…)

El pan que nos robustece para la vida, es el pan que nos alimenta, y que nos alimenta tanto más cuanto más sencillo y fraterno sea el convite, cuanto más sencilla y fraterna sea la asamblea. Porque un pedazo de pan, si no lo comemos en clima de familia, siempre nos cae mal. Cualquier comida nos cae mal si no hay un clima de unidad, de aflojamiento de tensiones, de verdadera paz. La mejor de las comidas, en un clima de tensión nos hace daño. En cambio, el más sencillo de los panes, el más humilde, en un clima de fecundidad en el amor, nos hace bien.