La práctica de la vida espiritual es un derecho humano fundamental de toda persona. Ésta recibe la luz de aquella, en general, en su seno familiar. Por eso, es muy importante que las instituciones y movimientos religiosos podamos acompañar a las personas con discapacidad y a sus familias en la vida espiritual y en el involucramiento evangelizador, siendo incluidas plenamente junto a las demás personas en la catequesis, en las parroquias y escuelas religiosas, y demás aspectos de la vida espiritual, con los apoyos y ajustes razonables que se requieran en cada caso.