Pere Tarrés i Claret

Pere Tarrés i Claret

Médico, apóstol, sacerdote

Su infancia

Pere Tarrés Claret nació en Manresa -ciudad famosa por san Ignacio de Loyola- el día 30 de mayo de 1905, hijo de Francesc Tarrés Puigdellívol, mecánico del gremio textil y de Carmen Claret Masats. Familia obrera que tuvo tres hijos, él era el mayor y le seguían dos niñas, Francesca i Maria Salut. 

A consecuencia de los aguaceros de 1907 la familia, por motivos laborales, emigró primero a Badalona, donde Pere fue confirmado en la parroquia de “Sant Josep”, y algo tarde a Mataró donde en el colegio de los Padres Escolapios hizo su Primera Comunión. Los Tarrés, aunque vivían físicamente en Mataró, tenían el espíritu en Manresa a donde regresaron en 1914, estableciéndose en el piso de una fábrica. El mismo lo explicaba años más tarde: “Soy hijo de obreros, viví en un piso sobre unas naves, donde todo vibraba de noche y de día”. (Este origen obrero le llevó a interesarse y preocuparse por la vida y problemas de los obreros, tanto en sus años de militante en la “Federació de Joves Cristians de Catalunya”, como durante su actividad sacerdotal con los equipos de la J.O.C. y en los grupos obreros de la Acción Católica).

Muchos factores y personas de muy variado índole contribuyeron para poner en él los cimientos de una formación muy seria, tanto en lo referente a la inteligencia como a la voluntad: el hogar, la madre en particular, algunos sacerdotes de Manresa, los padres jesuitas, los maestros y buenas familias, en especial la de la farmacia donde trabajó.

Si nuestra infancia nos acompaña toda la vida, podrían destacarse muchos aspectos de los primeros años de aquel niño sensible, que a lo largo de su existencia se hacen visibles. El niño Tarrés tuvo alma de místico y de poeta. Por lo mismo toda su vida dará muestras de una especial y fina sensibilidad. Sus escritos y diarios íntimos, son siempre un poema en prosa; todo provoca en él sentimientos de poeta y vivencias de místico. Acercarse a estos escritos es recordar de alguna manera a San Juan de la Cruz. Tarrés es hijo también de la espiritualidad carmelitana a la que llega sobre todo a través de Santa Teresa de Lisieux, a la que admira profundamente e imita.

El médico

Cursó todo el bachillerato con la ayuda de unas becas del Ayuntamiento de su ciudad natal, obteniendo brillantes calificaciones. En 1921 se traslada a Barcelona para estudiar la carrera de médico, ya que en la profesión médica descubría, según el mismo afirmaba, una gran manera de poder ayudar a los que sufren. En estos años Tarrés dio de sí todo lo que pudo: lo que más le preocupaba era su vida espiritual y su formación científica. La vida espiritual era alimentada por la recepción de los sacramentos y la oración frecuente, ayudado por su director espiritual, el Padre Joaquín Serra, mártir en el 1936, y sacerdote del Oratorio de San Felipe Neri, que residía en el mismo barrio de Gracia en donde Tarrés se hospedaba. En sus estudios causa verdadera impresión ver el certificado académico en el que consta que durante los seis años de estudios universitarios obtuvo veinticuatro sobresalientes, de los cuales quince llevan la connotación de “con premio”. Y alcanzó el premio extraordinario de licenciatura, a los 23 años de edad. El doctor Francisco Esquerdo, uno de los profesores que él más admiraba, intuyó en su discípulo una precoz madurez profesional y clínica, llegando a decir de él: “Tarrés llegó a la categoría de un buen clínico, a pesar de su juventud”. Por ello le nombró ayudante de cátedra y su sustituto en las clases de la Universidad Autónoma.

Estaba enamorado de su profesión, decía: “La Medicina es el medio más adecuado para servir a Dios en los cuerpos y las almas de nuestros semejantes”. Tenía un gran sentido de responsabilidad y se entregaba a los enfermos con una delicadeza y una caridad hasta el heroísmo, viendo en sus pacientes al mismo Jesucristo.

 A punto de acabar la carrera, Tarrés se estrenó profesionalmente en el pueblo de Avinyó, donde substituyó al médico de la población que estaba enfermo; y, poco después, suple al médico de otro pequeño pueblo, Monistrol de Calders. Es ahí que tiene lugar uno de los momentos más importantes de su vida que marcan decididamente su orientación hacia Dios: la noche de Navidad de 1927, meses antes de terminar la carrera, hace su voto de castidad perpetua. Escribe él mismo en su diario: “Sentía que el Señor me pedía un gesto de generosidad… Al llegar la noche de Navidad, sentí una emoción fuerte, un impulso sobrenatural extraordinario. El Señor me pedía que hiciese voto perpetuo de castidad. Señor, le dije, si depende de mí, ya está hecho”. Medio siglo más tarde, en 1976, el pueblo de Monistrol de Calders grabará monumentalmente en un monolito el compromiso religioso del profesional médico que tan grato recuerdo dejó de su breve estancia en la población. Sencillo monumento ubicado, ahora en la entrada del mismo pueblo, en la llamada “Avenida del Dr. Tarrés” en el centro de un pequeño jardín. No es exagerado afirmar que es el único monumento a la castidad que existe en el mundo. Animado por sus maestros fija su residencia en Barcelona. Será en esta ciudad donde ejercerá, con una competencia notable, su profesión. Pronto conquistó numerosa clientela. Siente por la medicina una vocación clarísima y se la toma muy en serio. Desde 1928 trabajó dándose totalmente a la atención de los enfermos. El mismo Tarrés explica en una carta dirigida a su hermana cómo entendía la medicina: “Dada mi profesión, debo darme cuenta de una cosa muy interesante: el enfermo es el símbolo de Cristo sufriente, es la plasmación de Cristo. Pues en el enfermo se ha de ver al mismo Cristo. El lecho no es otra cosa que la cruz donde el enfermo sufre. Pero para mí todavía es otra cosa: es una especie de altar donde se inmola la víctima que sufre: el enfermo”. Se comprende que ante esta manera contundente de ver su profesión dijera más tarde: “Yo sólo podía dejar de ser médico para ser sacerdote“.

Era un médico delicado en el trato de sus pacientes atendiéndoles con toda amabilidad y amorosamente para valorar el momento psíquico del enfermo. Decía: “Saber endulzar el corazón de un enfermo es un gran don“. Y además era caritativo, como lo recordaba su maestro y testigos que declararon en su proceso de beatificación, que cuando visitaba a personas sumidas en la pobreza no sólo no aceptaba los honorarios, sino que dejaba dinero para que pudiesen comprar el medicamento que había recetado. Un enfermo grave era para él, una grave preocupación, y se lanzaba con todo ardor para salvarle, para asistirle.

No cabe duda: por sus conocimientos, por su sentido de responsabilidad, por su sagacidad y madurez clínica, todo bien enlazado por la caridad, Tarrés iba en camino de convertirse en un gran médico.

Apóstol seglar

Tarrés compaginó sus estudios y su misma profesión médica con actividades apostólicas en organizaciones de Iglesia hasta llegar a ser en ellas un apóstol celoso y un dirigente responsable.

Siendo estudiante, en el tercer curso de Medicina, había entrado en contacto con el consiliario de los “Scouts”, y empezó también a actuar en la Acción Católica del llamado “Centro Moral”, del barrio de Gracia, cercano a su domicilio. En el cuarto curso fue propuesto como miembro de las Conferencias de San Vicente de Paúl. Pero fue gracias a su director espiritual que el joven médico Tarrés a finales de 1931 entró a formar parte de la recién creada “Federació de Joves Cristians de Catalunya” (la F.J.C.).

La Federación fue un movimiento juvenil que los años treinta invadió rápidamente gran parte de Cataluña. Era una organización hecha expresamente para aquel momento, bendecida por los obispos y seguida y amada, muy pronto, por una pléyade de jóvenes entusiastas, y también por muchos sacerdotes y seglares que sentían anhelo de renovación y veían la necesidad de un resurgimiento del espíritu cristiano. Pere Tarrés entró en la F.J.C., desde el primer momento, con la disponibilidad en él tan característica. Formó parte del grupo número uno, llamado “Torras y Bages”, constituido por quince jóvenes que con él frecuentaban el Oratorio de San Felipe Neri y se reunían allí para reflexionar en cristiano sobre temas de actualidad. Fue designado presidente del grupo dándole un impulso extraordinario. Poco tiempo después fue designado vicepresidente del Consejo Federal. Con su prestigio de médico, con su sólida formación religiosa y con sus arraigadas convicciones, con su celo infatigable y, además con su simpatía proverbial, se convertía en el prototipo del ideal “fejocista”.

Como en todo lo que emprende, se da por completo a la Federación, y, a pesar de que su actividad es impresionante, trabaja con todas sus fuerzas en ella sin dejar su despacho de médico ni aflojar su atención total a los enfermos. A igual que los restantes dirigentes, se lanza por los caminos de Cataluña, como un misionero laico. Con su pequeño coche “Opel”, que para él era considerado como un instrumento de trabajo, recorrió casi toda la geografía catalana para hablar abiertamente de Dios, de la Iglesia y de la vida cristiana, ante jóvenes congregados en actos generales comarcales o reunidos en grupos. Atendió a la formación de los grupos nuevos que surgían y mantuvo correspondencia con muchos de ellos; redactó escritos para las publicaciones que se iban editando, sobresaliendo el artículo semanal “glosa”, para jóvenes, en el semanario de la F.J.C., “Flama”, que era esperado con sumo interés por los lectores.

Es necesario señalar que la  Federación era una forma de Acción Católica. En efecto en el Congreso General de abril de 1934 en el que se definió su identidad, se aprobó que :  “la Federación tiene que difundir un ideal social en el ámbito que le es propio, como obra de la Acción Católica “.

El joven médico, permaneciendo en la Federación era sin embargo muy activo en la Acción Católica.  Fue nombrado por el cardenal  Vidal y Barraquer, secretario de la Junta Arquidiocesana de Jóvenes de Barcelona el  25 de marzo de  1936 y después, a nivel diocesano fue designado Vicesecretario de la Junta de Barcelona el 30 de junio de 1939 y vicepresidente de los Jóvenes el 16 de julio del mismo año, poco antes de ingresar al Seminario.

Su prestigio llegó a amplios sectores sociales, hasta pedirle formar parte de una candidatura de diputado a cortes por Barcelona, cosa que rehusó para dedicarse mejor al apostolado directo de la Iglesia. Lo que arrastraba y enardecía a los jóvenes era la espiritualidad profunda, la convicción que se desprendía de sus palabras. Era sencillamente un apóstol, un testigo radical de la fe, con la palabra y con la pluma. En el congreso general de la F.J.C. de 1934, en la sala del teatro “Olimpia” de Barcelona, habló sobre los valores morales de la Federación ante un auditorio de cerca de diez mil jóvenes, que abarrotaban la sala del Olimpia, y hizo allí un elogio tan grande y vibrante de la castidad, que levantó de las butacas a toda aquella juventud, aplaudiendo fuertemente, a la “Madonna Pureza”. Estimuló a los jóvenes a trabajar con ilusión; a esforzarse para elevar la sociedad haciéndola más humana y más cristiana; a valorar la virtud de la pureza y a ser hombres alegres, fruto del amor a la Eucaristía y por medio de la devoción a la Virgen María, de la que él era un gran devoto. El fue realmente el alma y la fuerza impulsora y alentadora de la Federación.

Médico en el frente de guerra

Para el médico Tarrés, como para tantos otros, el período de la guerra entre hermanos, que va de julio de 1936 al mes de abril de 1939, fue una época de una gran tensión y de ruptura que le obligó abrir un paréntesis en su vida. Lo que él tenía como dedicación: el ejercicio médico y la obra de apostolado de cara a los jóvenes, todo tuvo que frenarlo y hasta suprimirlo.

En los días trágicos del comienzo de la guerra y de la persecución religiosa Tarrés se encontraba en Montserrat para practicar ejercicios espirituales en una tanda organizada para los dirigentes de la F.J.C.. El abad, Antonio María Marcet, ante la gravedad de los hechos, envió al médico Tarrés y al novicio benedictino del Monasterio, Juan Parellada, antiguo fejocista y también médico, a la Generalitat en un coche con una improvisada bandera de la Cruz Roja, para que se entrevistaran con las autoridades a fin de salvar el célebre Santuario, que se temía fuese incendiado por los miembros anarquistas de la F.A.I.. tras muchas vicisitudes llegaron a su destino y los Consejeros de la Generalitat, Ventura Gasol y el doctor Corachán hicieron todo lo posible para evitar el desastre, y gracias a sus gestiones pudo salvarse el Monasterio y el Santuario.

A partir de aquellos dolorosos días Tarrés intentó continuar su actividad médica durante las primeras semanas de la guerra, pero cuando supo que era buscado para matarle y que la situación podía hacerse insostenible sobre todo para su anciana madre y para sus hermanas, acepto esconderse. Pasó más de un año refugiado en varias casas de Barcelona, estando diez meses en la vivienda de una familia que tenían una fábrica de sacos en un barrio de la vieja Barcelona. En su encierro Tarrés reza, lee mucho, escribe y estudia. Actividades que las realiza incansablemente. Vive en una angustia constante, pero se propone no dejarse llevar por ella e inspira paz y serenidad a quienes le tratan. Esta situación será como una “Tebaida” para madurar su vocación sacerdotal. en las largas horas del encierro escribe poesías, recuerdos de su infancia. Redacta su “Diario íntimo” que impresiona por su serenidad y visión de fe, y nos dice mucho de sus emociones, sus temores, sus esperanzas vividas en plena guerra.

A los diez meses de catacumbas vuelve a ejercer su profesión hasta que a finales de mayo de 1938 fue obligado a incorporarse como médico en el ejército republicano. Serán ocho meses de sufrimiento. Escribe día a día su “Diario de guerra” y en él y en las muchas cartas que escribió a su madre pone de manifiesto cómo vivía en el frente, dejando un valioso documento de la guerra con unos hechos referidos con toda veracidad y con plena objetividad, y a la vez retrata el espectáculo de un cristiano que mantiene su fe, que se esfuerza en vivir su vida interior, que manifiesta su gran amor a Dios, que alaba a la Virgen María a la cual se confía en su difícil situación, y que se entrega con un amor total al ejercicio de su profesión médica con toda competencia y donación, ayudando a lo heridos  y a los enfermos a pesar de la pobreza de los medios, del ambiente materializado y de la situación compleja y difícil como es la de un frente de guerra: es la obra clave para conocer el alma de Tarrés. Estudia filosofía, manteniendo relación escrita, aunque camuflada por el peligro que corrían si eran descubiertos, con uno de los profesores del Seminario. Encontró fuerza en la Eucaristía que ocasionalmente pudo conseguir gracias al encuentro fortuito con un religioso claretiano que camuflado trabajaba en oficinas del ejército en La Seu d’Urgell. Lo narra en su Diario y añade: “Lleno de alegría, me llevé al Amado por aquellas montañas y precipicios, conversando y festejando…”. En un ambiente nada favorable y muchas veces adverso vivió una intensa vida espiritual vivida con toda verdad como verdadero fue el servicio que prestó a los demás en todas las ocasiones que se le presentaron.

Sacerdote

Al terminar la contienda, su amor y entrega a los demás le llevaron hacia el sacerdocio sin que se lo impidieran ni el ser premio extraordinario de medicina ni el tener ante sí un porvenir halagüeño. Su entrada en el Seminario no fue bien comprendida por algunos antiguos compañeros médicos o de la F.J.C.: decían que es comprensible que uno deje la propia carrera cuando fracasa, pero no en el caso de Tarrés que en su profesión y en su apostolado hacía tanto bien. El responde en su diario: “¡Oh Dios mío, cuánto bien, qué inmensidad de bien puedo hacer siendo sacerdote! ¡Cuán pálido queda lo que puede realizarse desde el punto de vista del apostolado seglar! Queda lejos muy lejos. ¡Qué equivocados están los que decían, al conocer mi decisión! ¡Qué lástima! ¡Tanto bien como hubiera podido hacer! ¿Y no lo haré ahora? ¡Multiplicadísimo!”

Fue ordenado sacerdote el día 30 de mayo de 1942, y anota en su “Diario íntimo”, la vigilia de este día, lo que siente en su interior ante la gracia del sacerdocio: “¡Señor, mañana, sacerdote! No puedo escribir todos mis pensamientos, ¿Propósitos? Uno, Señor. Sacerdote santo. Cueste lo que cueste. Veo que el sacerdocio es un ministerio celestial. Por consiguiente, el factor humano es igual a cero. He de ser simplemente un instrumento de Dios. Por esto, Señor, me entrego, me doy, vuelco mi corazón en el vuestro. Vivid Vos, Señor, en el mío; mandadle, Señor, yo no soy nada. No sé cómo expresar lo que siento. Os pido auxilio a Vos, al Espíritu Santo, a la Virgen Purísima. Una cosa sí que la sé, Señor: que no puedo nada y que con Vos lo puedo todo”. Y de nuevo vuelve a manifestar su idea que va unida a la santidad, manifestada varias veces en sus escritos: ofrecerse como víctima. Añade: “Me abrazo a la Cruz con toda el alma. Víctima vuestra, sólo deseo seguiros e imitaros en todo… Señor, aceptad mi pobre alma con todo el fervor de sus deseos de entrega, de inmolación, de víctima, de obediencia y de santificación. Mañana, Señor, seré todo vuestro”.          Toda su alma está en estas palabras, cuya radicalidad no hace falta ponderar: “Para Dios sólo existe una ley: la del TODO o NADA. Las almas grandes nunca se entregan a medias”.

A los pocos días recibió su primer destino como coadjutor del pueblo de Sant Esteve Sesrovires y su agregado parroquial Sant Joan Samora. Pueblos pequeños que había visitado en el tiempo de sus actividades de la F.J.C. y había hecho allí buenas amistades entre la juventud. Encuentra allí un venerable párroco de más de setenta años al que le llena de atenciones y le rodea de delicadezas. Con ésta su manera de obrar admiró y dio un gran ejemplo a los feligreses. En su “Diario” explica en pocas notas las múltiples actividades a las que se entregó: “Voy poniendo en marcha todos los medios posibles de apostolado. Regularmente ya funcionan, y con éxito los Círculos de estudio de los jóvenes y el de las chicas. Organizamos el equipo primero de fútbol de los más grandullones que apenas conozco. Están contentos. ¡Señor, sólo me interesa ganarlos para Ti!. Están en marcha, y con bastante entusiasmo, los ensayos de la capilla parroquial. Tenemos anunciada para el próximo domingo de julio la primera reunión de la organización de mujeres de Acción Católica. Estamos estudiando la de los aspirantados de niños y niñas. Es la cosa más difícil. Tienen mala disposición. Hemos empezado sesiones de fútbol, por la tarde, con los pequeños, en los cuales puedo ofrecer unos sudores imponentes a Jesús por el bien de sus almas. Y pronto comenzaremos las sesiones de excursionismo, con motivo de las vacaciones”.         Dedicaba tiempo a la catequesis a niños y a mayores y daba clase de cultura general para chicos y chicas. Organizó tandas de ejercicios y retiros espirituales, conferencias para padres y madres de familia, peregrinaciones a Montserrat, salidas culturales. Instituyó la Fiesta del libro y organizó cuadros escénicos. Estas y muchas más actividades denotan cómo se entregó con toda su alma.

Estuvo diecisiete meses y anota en su diario al marcharse: “He trabajado, eso sí, tanto como he podido”. En el pueblo quedó una huella profunda de su paso que culminó, al año de su muerte, con la dedicación a su nombre de la plaza mayor y la colocación de una lápida en la pared de la iglesia parroquial que recordaba la obra realizada y la actividad sacerdotal en esta feligresía del “vicario ejemplar”.

Por obediencia y sólo por ella Tarrés interrumpe sus trabajos apostólicos en “sus pueblos” -como le gustaba llamarles- y va a licenciarse en Teología a Salamanca, obteniendo el grado de licenciado en noviembre de 1943. Allá, sin darse cuenta y con toda sencillez, da el testimonio de su profunda vida interior y de su alegría y atención a los compañeros, de tal manera que un venerable maestro de novicios, el dominico Sabino Lozano, decía en una carta: “Anda por aquí un médico de Barcelona que es un santo”.

Con el retorno de Salamanca empiezan para el sacerdote Tarrés cinco años de un incansable apostolado. Abarca los más diversos campos. La verdad es que se cuenta con él para todo. Y a todo se entrega con su habitual generosidad y rigor. En su “diario íntimo” detalla los primeros nombramientos: “El Obispo de Barcelona me ha nombrado viceconsiliario diocesano de los Jóvenes de Acción Católica. Por tanto me quedo en Barcelona. A la vez me ha nombrado capellán de las religiosas Franciscanas Concepcionistas del “Poble Sec”… También me ha nombrado consiliario de los Centros de Acción Católica femenina de señoras y jóvenes de Sarriá”; posteriormente es nombrado director del Secretariado Diocesano de Beneficencia; Director de la Obra de la Visitación; también consiliario de los “Antics Escolans” de Montserrat; profesor y consiliario de la Escuela Católica de Enseñanza Social; capellán del Hospital de “La Magdalena”, destinado a mujeres públicas. Y todavía le quedará tiempo para asesorar a la Junta de Protección de la Mujer. Fue nombrado confesor ordinario del Seminario Conciliar. Una tarea ardua y amplia. El bien que sembró no puede calcularse. Sus jornadas, saturadas de actividad, eran abrumadoras, y su descanso breve.

Se preocupaba por los más necesitados de su tiempo: las familias que vivían en los suburbios de la gran ciudad, y por los enfermos de tuberculosis, enfermedad muy extendida en aquellos años. Siendo director del Secretariado Diocesano de Beneficencia -entidad que precedió a la futura Cáritas- fundó el “Organismo Benéfico Antituberculoso” (OBA) para ayudar a estas personas. Con cien mil pesetas que un albacea testamentario puso en sus manos y con la colaboración de su amigo, también médico, doctor Gerardo Manresa, fundaron la “Clínica Sanatorio Nuestra Señora de la Merced”, como respuesta al considerable número de enfermos tuberculosos que acudían al Secretariado de Beneficencia para pedir ayuda, y no tenían posibilidad de entrar en algún sanatorio, dado que por aquellos años no existía la Seguridad Social ni tenían ayuda alguna, y él solamente podía darles algún dinero o algún medicamento. Esto le hacía sufrir y le dolía no poder atender mejor a los enfermos. Sintió la necesidad de ofrecer al paciente una ayuda positiva y seria. La Clínica-Sanatorio fue inaugurada en 15 de mayo de 1947 sin los medios más esenciales pero al poco tiempo consiguió verle dotado con los últimos adelantos de la técnica médica. Fue la niña de sus ojos en los tres últimos años de su vida y la expresión más genuina de su labor médico-social del sacerdote en el frente de la Beneficencia diocesana. Quería dar lo mejor y atender bien a los enfermos.

El amor a la pobreza, así como a la castidad que tanto admiraba y difundía, y el sentido profundo de Iglesia lo pudo ahondar y vivir más perfectamente con la ayuda de la “Unión Sacerdotal” de Barcelona, que abría un camino de perfección en su dedicación pastoral al servicio de la diócesis. Fue en los dos últimos años de su vida. El inicial empeño de “santo cueste lo que cueste” al ser ordenado sacerdote, que a la vez era coronamiento de toda su vida, lo vería reforzado con la ayuda de otros sacerdotes para vivir el sacerdocio diocesano con una plena consagración en castidad, pobreza y obediencia.

Sacerdote entregado a la oración, firmemente convencido a lo largo de toda su vida de la necesidad de recurrir a Dios, de estar en comunión con El. Durante toda su vida hizo larga oración. En ella y en particular en la Misa, halló las bases de su apostolado. Fue un verdadero artista en armonizar su intensa actividad con una vida interior que rezumaba por doquier. Sacrificaba tiempo de descanso y con frecuencia estaba hasta las dos y tres de la madrugada ante Jesús Sacramentado. Había llegado a ese anhelo de santidad sin mostrarse cerrado ni taciturno, sino abierto y con un gran atractivo personal. Tenía un humor sano, lleno de bondad, hecho de gentileza y de gracia. Irradiaba bondad y la hacía contagiosa. Era comunicativo.

ENFERMEDAD Y MUERTE

A los siete años de su ordenación y de agotador apostolado, durante los primeros meses de 1950 el reverendo Tarrés siente que su salud se debilita cada vez más. Cae gravemente enfermo de cáncer, dando un admirable ejemplo de caridad y de aceptación de sus intensos sufrimientos que ofrece para la santificación de los sacerdotes; da una verdadera lección de fortaleza, lo cual fue causa de una gran admiración y de ejemplo para los médicos y enfermeras que lo atendieron, para los sacerdotes amigos y para los mismos enfermos del Sanatorio. En una carta a un joven le manifestaba: “Hoy he estado muy enfermo, revestido para celebrar la santa Misa, he tenido que desvestirme y, tendido sobre un colchón, he pasado una hora; al final he podido celebrar. ¡Con qué ilusión lo he hecho!… Como nunca, he sentido en mí aquella idea tan fecunda de cómo el sacerdote debe hacer muy suyos los sentimientos de víctima, junto con la víctima auténtica, Jesús. No sabes lo consolador que es celebrar la santa Misa, enfermo. ¿Qué querrá Dios de mí? Tengo hecha una oblación. ¿La aceptará Dios? ¡Oh entonces si que sería prenda cierta de haber alcanzado aquello que tanto le pido y para lo cual la hice!”.

Para Tarrés el lecho de la muerte es un altar. En él consuma la oblación de sí mismo. El sufrimiento le ha acompañado toda la vida. Decía: “Me preparo para morir como un buen sacerdote. ¡Oh el sacerdocio! Después de la creación, es lo que he hallado más grande en la tierra. En él lo he encontrado todo. Ahora celebro mi última misa; es la mejor y la más solemne. ¡Qué grande es la dignidad sacerdotal! ¡Que gozo haber podido ser sacerdote y morir en continuo acto de amor y de sufrimiento, como un presente digno del Padre del cielo”. “A la Virgen María la amo mucho, muchísimo. ¡Qué contento estoy de haber sido su apóstol! ¡Qué consuelo me da haber amado ala Virgen Santísima. A los catorce años…me consagré a Ella y siempre más la he amado: como estudiante, como médico ¡De cuantos peligros me salvó siendo universitario!”

Curiosamente, pese a la continua mordedura del dolor se interesaba por las personas que le visitaban y por sus problemas: se olvidaba de sí mismo y se preocupaba por los demás. Repetía frecuentemente, a pesar del intenso sufrimiento: “¡Qué bueno y misericordioso es Dios para conmigo! ¡Qué contento estoy!”.

Murió plácidamente la tarde del día 31 de agosto de 1950, rodeado de los que más amaba: su director espiritual, sus dos hermanas, el Dr. Manresa, médicos, sacerdotes y otras personas vinculadas con su ministerio. Su muerte fue la coronación de su vida santa. En el mármol que cerraba su nicho en el cementerio, antes de ser trasladado a la iglesia de Sarriá, donde actualmente reposa, estaba gravada una síntesis de su vida. Dice así: “Su juventud fue una llama de apostolado y una glosa viviente de la pureza; su profesión médica fue siempre un sacerdocio y su vida sacerdotal una locura de amor a Dios y a las almas”.

Al morir, -tenía sólo 45 años- el propio obispo de Barcelona, Dr. Gregorio Modrego, dijo de él públicamente: “En la muerte de mis sacerdotes os recomiendo que los imitéis en tal o cual virtud; al Dr. Tarrés os puedo decir que lo imitéis en todo”.

Cincuenta años después de su muerte su recuerdo sigue vivo. Escribe a este respecto el cura párroco de Sarriá donde reposan sus restos “Las personas que hablan de él elogiosamente, las flores, las pequeñas lámparas votivas, renovadas constantemente junto a su tumba, hombres y mujeres que reverentemente se detienen ante ella para orar son prueba fehaciente de que perdura su recuerdo. Me impresiona de una manera particular la presencia de sacerdotes. Su recuerdo perpetuado en sus biografías, nos edifica a todos”. Así también lo afirma el Cardenal Ricardo María Carles, Arzobispo de Barcelona, en el prólogo de una de las biografías del Dr. Tarrés: “Confío en que el lector, al adentrarse en las páginas de esta biografía, vivirá una creciente admiración ante este hombre indudablemente grande, en el mejor sentido; se sentirá ante una figura de verdadera actualidad, y hallará en este contacto con él un llamamiento a la santidad, en medio de un mundo inmerso en el materialismo y saturado de indiferencia religiosa”. Su huella y impacto perduran.

C R O N O L O G Í A

  • 30 mayo 1905: nace en Manresa
  • 4 junio 1905: es bautizado en la parroquia del Carmen de Manresa                                                     
  • 31 mayo 1910: es confirmado por el obispo Laguarda en la parroquia de San José de Badalona
  • 1 mayo 1913:celebra su primera comunión en la iglesia de Santa Ana de Mataró de los PP. Escolapios
  • 25 diciembre 1927: hace su        voto de castidad en Monistrol de Calders
  • 26 junio 1928: se recibe de licenciado en medicina, premio extraordinario
  • 1931 a 1936 :miembro y dirigente de la “Federació de Joves Cristians de Catalunya”
  • 9 julio 1934:            ayudante de la cátedra del Dr. Esquerdo en la Universidad Autónoma
  • 15 noviembre 1935:        vocal de la Junta Diocesana de Acción Católica de Barcelona
  • 25 marzo 1936:       secretario de la Junta Archidiocesana de Acción Católica
  • 18 julio 1936           guerra civil. Estando en Montserrat es enviado a la Generalitat para salvar el monasterio
  • 5 agosto 1936 a 23 agosto 1937 refugiado en casas de amigos
  • 28 mayo 1938 a 26 enero 1939 médico en el frente de guerra. Escribe el “Diario de guerra”
  • 30 junio 1939: vicesecretario de la Junta Diocesana de Acción Católica
  • 16 julio 1939           vicepresidente de la Unión Diocesana de la Juventud Masculina de Acción Católica
  • 29 septiembre 1939 ingresa en el Seminario de Barcelona
  • 30 mayo 1942 es ordenado sacerdote
  • 31 mayo 1942 celebra su primera misa en la basílica de Nuestra Señora de la Merced
  • 3 junio 1942 a noviembre 1943 vicario de Sant Esteve Sesrovires
  • 7 diciembre 1943 a 13 noviembre 1944 en Salamanca licenciatura en teología
  • 14 diciembre 1944  nombrado viceconciliario de los jóvenes de Acción Católica; capellán de las Franciscanas de Poble Sec; consiliario de los centros de Acción Católica Femenina de Sarriá
  • profesor de moral en la Escuela Católica de Enseñanza Social
  • Febrero 1945          consiliario de la asociación de “Antics Escolans de Montserrat” director del Secretariado de Beneficencia
  • 19 febrero 1946       consiliario la OBA (Obra Benéfica Antituberculosa)
  • 15 mayo 1947          inauguración del Sanatorio Clínica de Nuestra Señora de la Merced
  • 5 noviembre 1947   director de la Obra de la Visitación
  • 1 enero 1949           delegado diocesano y asesor religioso de la Junta Provincial del Patronato de la Protección de la mujer
  • 19 abril 1949           beneficiado de la parroquia de Santa Ana
  • 14 junio 1949          consiliario de la Escuela Católica de Enseñanza Social
  • 14 noviembre 1949 confesor del Seminario
  • director espiritual del Hospital de la Magdalena
  • 17 mayo 1950          ingresa gravemente enfermo en la Clínica de la Merced
  • 31 agosto 1950       muere santamente
  • 8 julio 1982             inicio del proceso cognicional
  • 2 marzo 1990          inicio del proceso del presunto milagro
  • 5 de septiembre 2004 es beatificado por Juan Pablo II en Loreto-Italia.


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