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Reflexiones para vivir la Semana Santa

5° Domingo de Ramos

Queridos hermanos:

Estamos llamados a ser discípulos. Nuestra vocación cristiana es seguir a Jesús, lo que significa aprender y vivir en Él nuestros afectos, nuestros vínculos, nuestras motivaciones y acciones.

En el evangelio de Marcos, que proclamamos hoy, ese discipulado se va manifestando con todas sus consecuencias.

Jesús va llegando al final de su trayecto, a Jerusalén, que en Marcos será la ciudad hostil, donde lo van a crucificar. Ahí van con Él: el que había sido ciego (Bartimeo), los discípulos y muchos otros.

En la preparación del asno se cumple todo como el Señor se los dijo, incluso las dificultades que tendrán y la manera de resolverla.

Los discípulos ponen sus mantos sobre el asno que Jesús va a montar, y la gente arroja sus mantos sobre el camino. Otros cubren el trayecto con ramas. Echar el manto en el suelo es un signo de reconocimiento de la superioridad del otro. En algunos casos es un ritual para los reyes, un signo en el cual me reconozco siervo de alguien.

Le gritan “hosana” y “bendito”, como expresión de la alegría por el hijo de David que viene a restaurar el Reino. El profeta Zacarías decía: “¡Alégrate mucho, hija de Sión! ¡Grita de júbilo, hija de Jerusalén! Mira que tu Rey viene hacia ti; él es justo y victorioso, es humilde y está montado sobre un asno, sobre la cría de un asna” (Zac. 9, 9).

Frente a todo esto, Jesús sabe muy bien cuál y cómo será el final. Creo que los discípulos y la gente en general no se lo imaginan, pero están ahí, acompañándolo y aprendiendo quién es Jesús.

Les dejo unas preguntas para meditar y rezar:

Pónganlo en oración y tómense un ratito para que, discipularmente, se dispongan a seguir recibiendo a Jesús en tu vida.

  • 1. ¿En qué cosas necesitás más confianza para sentir que si sos fiel todo se va acomodando?
  • 2. ¿Cuál sería el manto que vos pondrías a los pies de Jesús?
  • 3. ¿Qué clase de Mesías esperás para vos y el mundo de hoy?
  • 4. ¿Qué hubieras hecho vos si hubieses estado ahí?

P. Marcelo Curiantun
Asesor diocesano de San Martín

Reflexiones para transitar la Cuaresma

5° Domingo de Cuaresma

Queridos hermanos:

En este quinto domingo del tiempo de Cuaresma nos acercamos a la Pascua, se nos hace presente la realización de toda la misión salvífica de Cristo como signo de su amor. Siempre, pero especialmente en este tiempo cuaresmal, la cruz debe estar en el centro de nuestra vida; porque en ella contemplamos la gloria del Señor que resplandece en Cristo cuando desde la cruz es alzado para salvación de todos los creyentes. La cruz es el “signo” por excelencia que se nos ha dado para comprender la verdad del hombre y la verdad de Dios: todos hemos sido creados y redimidos por un Dios que por amor inmoló a su Hijo único. Por eso, tal como nos decía el Papa Benedicto XVI: «…en la cruz “se realiza ese ponerse Dios contra sí mismo, al entregarse para dar nueva vida al hombre y salvarlo: esto es amor en su forma más radical”…» (Deus caritas est, n. 12).

Jesús hizo la síntesis de todo ello en dos mandamientos inseparable: el amor incondicional a Dios y a los demás como a uno mismo. El que ama ya está cumpliendo la Ley entera. La perfección y la santidad religiosa tienen como fuente el amor, pero ese amor debe brotar de esa cruz. En su predicación, Jesús, advertía a sus oyentes que lo que nos hace puros o impuros a los ojos de Dios, aquello que nos contamina, no es tanto lo que nos llega de fuera, que puede que también lo haga en ocasiones, cuanto lo que sale del interior de nuestro corazón, ya que es la sede y motor de nuestro ser.  Debemos, por tanto, estar atentos a todos los procesos internos con los cuales, observamos, valoramos, juzgamos y construimos el mundo y sus relaciones. El cristiano tiene en el modelo humano de Jesucristo su auténtica y verdadera fuente de inspiración.

Nuestro encuentro con Jesús puede devolvernos a la auténtica realidad, su Espíritu puede hacer que nos centremos en la escucha a Dios y al mundo. La humanidad entera, y cada uno de nosotros, sueña y ansía dotar de sentido y de autenticidad a lo que hacemos y a lo que somos. Para conducir a otros a la luz verdadera tenemos antes que ser nosotros esa misma luz; es decir, tenemos que ser testigos y misioneros veraces del Evangelio de la salvación. El testimonio acreditado y el testigo veraz son las condiciones esenciales que hacen despertar en la humanidad el querer ver a Jesús.

El signo por excelencia del cristianismo es la cruz, el instrumento de tortura y muerte que los romanos aplicaban a los traidores, sediciosos y malditos. La exposición en una cruz era un hecho vergonzoso e ignominioso en el que el reo era mostrado desnudo, en total indefensión. Al principio la cruz no era la señal identificadora de los cristianos, sino el pez, pero poco a poco la cruz pasó a ser el signo de nuestra salvación. El momento sublime de la redención aconteció en el lugar más desconcertante. Así de sorprendente es nuestro Dios. Dios reina y reconcilia a la humanidad en la soledad de una cruz, desde donde va a seguir experimentando las tentaciones del diablo hasta los momentos finales de su existencia terrena. La hora de la Hora de Jesús se convierte en el momento de la aceptación por parte del Padre de su vida entregada por puro amor para la salvación de todos. Es también nuestra Hora porque en Él y con Él nosotros, los redimidos, entramos en el nuevo y definitivo Santuario.

Queridos hermanos, que este tiempo que esta finalizando haga que nuestros días estén siempre abrazados a esa cruz, cruz que salva, cruz redentora, torno de la cruz. Si pasamos nuestra vida por allí encontraremos la alegría de seguir a Cristo. Pero también no nos olvidemos de Ella, María. Al estar cerca y mirando todo el dolor que le causaban a su Hijo, comprendiendo todo lo que pasaba, Ella supo amar y perdonar. Pidamos a María que estos días que faltan para la Pascua pueda nuestro corazón estar siempre aferrado a su Hijo.

P. Gonzalo Giordana, asesor del Área Aspirantes de Rosario.

4° Domingo de Cuaresma

Queridos hermanos:

En nuestro itinerario cuaresmal hacia la Pascua, la Iglesia nos invita este domingo a meditar y contemplar el pasaje del Evangelio según San Juan donde Jesús trae a la memoria del pueblo judío aquel acontecimiento en el desierto cuando caminaban hacia la tierra prometida donde serpientes mataban al pueblo y Dios le pide a Moisés que haga una serpiente de bronce y la coloque sobre un mástil y todo el que mirara esa serpiente quedaría curado.

Este pasaje nos ayuda a descubrir algunas cosas para nuestra vida cotidiana:

  1. El amor del crucificado que salva: El pueblo de Israel debía mirar una serpiente de bronce elevada en un mástil para librarse de la muerte al ser mordidos por las serpientes. Hoy nosotros estamos invitados mirar a Cristo crucificado para librarnos de la muerte del pecado. Pero en esto debemos tener claro que no es un acto mágico: lo miro y me salvo, sino que es un camino de contemplar ese amor de Dios manifestado en la entrega en la cruz y aceptar ese amor que me salva.
  2. La fe: Jesús nos recuerda en el Evangelio de este domingo que el que crea se salvará. Esto viene unido a lo que decíamos en el punto anterior. No debemos entender la fe como un mero acto intelectual de aceptar las verdades reveladas sino también como una adhesión de todo mi persona al proyecto de amor del Padre, confío que el camino que Él me indica es el verdadero camino que me plenifica. Creo en su Palabra: “el que entrega su vida la salvará” (cf. Mt. 16,25), “el que quiera ser el más grande que se haga servidor de todos” (cf. Mt. 20,16).
  3. Las obras de la luz: Contemplamos al Crucificado, creemos en Él y lo que Él nos invita a vivir como camino de plenitud: “amense los unos a los otros como yo los he amado” (cf. Jn. 13, 34) y nos decidimos a vivir de ese modo, en el amor y así dejamos que se ponga de manifiesto que nuestras obras han sido hechas en Dios. 

P. Emmanuel Bonetta, viceasesor general de ACA

3° Domingo de Cuaresma

Continuamos subiendo a Jerusalén con Jesús, en este camino cuaresmal de pasión y Cruz para llegar juntos al gozo de la Pascua, su gloriosa resurrección.

Que bien nos hace escuchar hoy, en la Palabra de Dios, en el Libro del Éxodo, que no perdamos nunca de vista, la liberación realizada por Él, cómo sacó de la “esclavitud” de los egipcios a su Pueblo.

Con que razón, les pide fidelidad, lealtad, coherencia, de no dejarse influir por doctrinas e ideologías de turno, yendo detrás de otros dioses, olvidándose de Él, de su “misericordia”. “Yo soy el Señor, tu Dios, un Dios celoso…”

Es en este espíritu que la primera Lectura de este domingo, nos pone ante la elección gozosa, en que los creyentes nos reunimos cada semana en el “Día del Señor”, el primer día de la semana, porque es el Día Santo en que Cristo Resucito, liberándonos del pecado y de la muerte.

Cada domingo, nos sentimos convocados como Pueblo, viviendo unidos el sacramento de la Pascua de Jesús, la eucaristía que nos renueva, dándonos fuerzas, para seguir creyendo que la vida triunfa sobre la muerte, el perdón sobre el  pecado, el amor sobre el odio, el bien sobre el mal, la pureza y  la belleza sobre la ambición y el abuso, la codicia y la prepotencia del poder. “Solo El Señor tiene palabras de Vida eterna”.

Queridos hermanos, nos dice San Pablo que esto no se logra con milagros o surge de la sabiduría humana, sino de “Cristo Crucificado, escándalo para los Judíos y locura para los paganos, porque la locura de Dios es más sabia que la sabiduría de los hombres y la debilidad de Dios es más fuerte que la fortaleza de los hombres”.

Sigamos subiendo con Jesús a Jerusalén, con su misma pasión y ardor  del espíritu, que lo llevó al desierto y venciendo al demonio, nos anima a todos, no a responder con violencias y enfrentamientos que no solucionan nada; sí, con el celo apostólico de Cristo que no calla ni esconde la verdad, que no se hace “light” ante una realidad que duele y sufre la gente.

Como nos invita en el evangelio Jesús hoy,  a ser el “único signo” capaz, que es el del ofrecimiento sereno y sencillo de la vida cotidiana, como lo hizo él: “Destruyan este templo y en tres días lo volveré a levantar”. “Por eso cuando Jesús resucitó, sus discípulos recordaron, que Él había dicho esto, y creyeron en la Escritura, y en la palabra que había pronunciado”.

Hermanas y hermanos, por la Cruz a la Luz del gozo Pascual.

Mons. Luis Fernández, asesor general de ACA

2° Domingo de Cuaresma

Queridos hermanos:

En el camino de la cuaresma, en este segundo domingo, la Iglesia nos invita a contemplar la Transfiguración de Jesús.

En primer lugar, que la Iglesia, en medio de este tiempo cuaresmal, nos invite a meditar este acontecimiento de la vida del Señor tiene un mensaje en sí mismo: la oración, la penitencia y la caridad a la que estamos llamados de manera especial en este tiempo no es meramente un ejercicio para estos cuarenta días sino que profundizando en ellos estos días, vivamos mejor ahora y siempre nuestro encuentro con Dios (oración) y con los demás (caridad), centrados en lo esencial, liberados de lo superfluo (penitencia), en definitiva que aprendamos a vivir más y mejor transfigurados como Jesús.

En segundo lugar tener bien presente las palabras del Padre: “Este es mi Hijo muy querido, escúchenlo” (Mc. 9, 7). Escuchar a Jesús. Esto no tiene que hacer tomar conciencia de lo fundamental de centrar nuestra oración en la lectura orante del Evangelio. En la cuaresma debemos profundizar la oración en las diversas formas que la Iglesia nos enseña que podemos hacerla, pero recordemos siempre que Dios no habla de una manera muy particular en su Palabra y que el mejor modo de escucharlo es a través de la Lectio divina (de la lectura orante de la Palabra).

En tercer lugar, esta verdad que los discípulos no terminaban de entender su significado: “resucitar de entre los muertos” (Mc. 9, 10). La resurrección de Jesús es el centro de nuestra fe, nunca olvidemos esto… Por tanto la cuaresma debe ser un tiempo que nos ayude a meditar mucho la resurrección en un doble movimiento: morir al pecado para resucitar a la Vida de Dios y aquel día en que Dios nos llame de este mundo terrenal a su presencia definitiva cara a cara en el Cielo.

Que esta cuaresma nos ayude a preparar, a vivir nuestra propia Pascua.

P. Emmanuel Bonetta, viceasesor general de ACA

1° Domingo de Cuaresma

El Evangelio de este domingo nos plantea tres cosas para este caminar cuaresmal: el desierto, la Galilea y proclamación de la Buena Noticia.

  1. El desierto: esto nos tiene que recordar las palabras del profeta Oseas: “Te llevaré al desierto y te hablaré al corazón” (Os. 2,14). Siempre la imagen del desierto es la del despojo, del no tener nada… La cuaresma es tiempo de desierto, tiempo de despojarnos de nosotros mismos, de nuestra autoreferencialidad, de querer ser el centro, de la autosuficiencia, de todo lo que nos encierra en nosotros mismos y no nos deja abrirnos a Dios y a los demás.
  2. La Galilea: Contemplar la Galilea es contemplar lo cotidiano. Es el lugar donde mayormente se desarrolló la vida pública de Jesús, donde llamó a sus discípulos, pero sobre todo es el lugar de la experiencia del encuentro con el Resucitado: “Vayan a Galilea que allí me verán” (Mt. 28,7). Para nosotros Galilea es el lugar, los lugares donde desarrollamos cotidianamente nuestra vida, y es allí donde tenemos que hacer experiencia del encuentro con Jesús y experiencia del encuentro con Jesús presente en el hermano. Y aquí es el “meollo” de la cuestión: Solo haremos la experiencia de la Galilea si antes hacemos la experiencia del desierto.
  3. La proclamación de la Buena Noticia: Jesús que en Galilea anuncia el Reino, como nos relata el Evangelio de este domingo; pero es en Galilea donde Jesús envía a sus discípulos, después de su resurrección a anunciar el Reino: “Vayan por todo el mundo y anuncien la Buena Noticia a toda la creación” (Mc. 16,15). En este “vayan” de Jesús a sus discípulos esta contenido el “vayan” de Jesús a todos sus discípulos a lo largo de la historia, es un “vayan” dirigido también a cada uno de nosotros. Somos urgidos, por la experiencia del encuentro con el Resucitado en nuestra Galilea, a ayudar a nuestros hermanos también a ir al desierto para poder en sus galileas hacer experiencia del Resucitado.

Que entonces esta Cuaresma sea experiencia de desierto, para en la Pascua hacer experiencia del Resucitado en nuestra Galilea y así en Pentecostés renovemos, en nuestro corazón, el “vayan” de Jesús que nos impulsa a la misión.

P. Emmanuel Bonetta, viceasesor general de ACA