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Pascua: Resucitados, vivamos para Dios en Cristo Jesús

Por P. Jorge Villafañez
Viceasesor general de ACA

De la Carta del apóstol San Pablo a los cristianos de Roma (6, 3-11)

«¿No saben ustedes que todos los que fuimos bautizados en Cristo Jesús, nos hemos sumergido en su muerte? Por el bautismo fuimos sepultados con él en la muerte, para que así como Cristo resucitó por la gloria del Padre, también nosotros llevemos una Vida nueva.

Porque si nos hemos identificado con Cristo por una muerte semejante a la suya, también nos identificaremos con él en la resurrección. Comprendámoslo: nuestro ho-bre viejo ha sido crucificado con él, para que fuera destruido este cuerpo de pecado, y así dejáramos de ser esclavos del pecado. Porque el que está muerto, no debe nada al pecado.

Pero si hemos muerto con Cristo, creemos que también viviremos con él. Sabemos que Cristo, después de resucitar, no muere más, porque la muerte ya no tiene poder sobre él. Al morir, él murió al pecado, una vez por todas; y ahora que vive, vive para Dios. Así también ustedes, considérense muertos al pecado y vivos para Dios en Cristo Jesús».

 

Nuestro Credo en la Resurrección no sólo es el kerygma, es la proclamación de una fe que busca tocar toda nuestra existencia y hacerse vida.

En la Vigilia -al leer este párrafo de la carta de San Pablo a la comunidad de Roma- se nos muestra la “larga experiencia misionera que le había llevado a enfrentarse, de palabra y por cartas, con las principales dificultades y problemas por los que atravesaban las comunidades cristianas, ya sean las fundadas por él mismo o las otras de las que tenía noticia por la constante comunicación que existía entre las diversas Iglesias esparcidas por el Imperio. Antes de emprender una nueva aventura misionera hacia occidente, parece como si el Apóstol sintiera la necesidad de recapitular y poner por escrito una síntesis más elaborada y sistemática de los temas claves de su predicación.” (La Biblia de nuestro pueblo – Luis Alonso Schökel – Introducción a la Carta a los Romanos).

La dificultad/problema es en realidad un don que supone una respuesta personal y comunitaria. Hay en nosotros un don extraordinario que cambia la Historia: con la muerte y resurrección de Cristo se ha realizado una radical transformación de todo el universo, pero de modo particular del hombre. Desde la Pascua, pasamos de ser esclavos ha convertirnos en hijos de Dios.

Esta enorme buena noticia, contiene un gran desafío: la vida nueva se nos concede gratuitamente, pero debe ser libremente aceptada y personalizada. Lo que comienza mediante el rito del bautismo, la semilla de eternidad que Dios ha puesto en el hombre, debe hacerse crecer para que la gracia de una vida nueva se desarrolle en plenitud.

Así, el bautizado es miembro vivo de Cristo y desde ese momento se le pide una vida resucitada que haga de él un ciudadano del cielo… Pero -siempre hay peros- todavía somos peregrinos en la tierra, continuamente asediados por el mal y tentados de volver a ser esclavo del pecado.

No extraña que San Pablo, comience poniendo de relieve lo incoherente y absurdo del pecado en quienes -mediante el bautismo- han sido injertados en el misterio pascual de Cristo. ¿Cómo puede seguir pecando un cristiano si al participar de la muerte y la resurrección de Cristo, participa también de su victoria total sobre el pecado?

Para animarnos y abrirnos los ojos, san Pablo ha creado un vocabulario audaz y difícil de traducir: el bautizado es un con-crucificado, un con-sepultado, un con-resucitado, un co-heredero, un con-glorificado, alguien que “vive con” Cristo Jesús. No dice que el pecado esté muerto, sino que los bautizados están muertos al pecado.

En cada Pascua una clave -y porqué no, una llave- será aceptar con paz nuestra pequeñez (las incoherencias, ingratitudes…) y además, pedir la gracia de descubrir la belleza y la alegría de ser cristianos. De ser hijos en el Hijo.

Mi Pascua será mejor si le permito al Señor que pase a mi corazón. Entonces sí, como resucitado podré vivir para Dios en Cristo Jesús.